Salí del país por una semana y no tuve acceso a la televisión. Regreso y enciendo el aparato para ponerme al día en las noticias y es como si cayera por un tobogán directo al basurero para embarrarme con las miasmas y los desechos más selectos de nuestra programación.

Un tour rápido por la autopista del zapping y me entero de que la novela Oropeza continúa a todo trapo, donde la Policía se pelea por filtrar videos y atestados al mejor postor para que los programas noticiosos pongan el cintillo de “exclusivo” y especular sobre el caso y los involucrados. Una modelo de escasa capacidad para pensar insulta a una exreina de belleza en televisión nacional y luego llora en cámaras arrepentida, para terminar confesando, en un rapto de lucidez, que “en este país, si no hablas, si no te peleas, no trabajas”.

Dedican varios y valiosos minutos al truco publicitario “Charlie Charlie” para ver si funciona y si es verdad que los lápices se mueven solos y vemos a una reportera “invocando” a las fuerzas diabólicas para “comprobar” el hecho. Y ni qué decir de los abundantes reportajes al detalle sobre la marca y los costos de la ropa y zapatos que usa la primera dama Nadine Heredia, como si fuera un tema de palpitante actualidad. Y me quedo corto, pues hay más, mucho más; harta basura maloliente, donde los televidentes nos convertimos en cerdos devorando lo que nos dan. Ya sé, nadie nos obliga, somos libres de ver o no ver televisión, así que no nos quejemos. Es lo que hay.

Está usted servido.