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No es una buena noticia la renuncia de David Tuesta al MEF. No lo son tampoco las negociaciones para otorgarles beneficios a los transportistas con el fin de que no se vayan al paro, sentarse a conversar con el radical e intransigente Pedro Castillo, o haber dejado sin efecto los contratos de exploración con Tullow Oil para buscar el petróleo que tanto necesita la Refinería de Talara. Da la impresión de un régimen asustadizo, con las fibras nerviosas inflamadas y la autoestima echada en el diván y pendiente del psicólogo más competente. Parece que estamos ante un régimen de transición, y eso es algo que Vizcarra, con urgencia, deberá corregir. No podrá, como pretende, llevarse bien con todos, con la Confiep y los trabajadores, con el Sutep de Alfredo Velásquez y el de Pedro Castillo, con Fuerza Popular y el Frente Amplio, con la calle y la ley, con la izquierda revoltosa y las reformas pendientes. No se puede estar bien con Dios y con el diablo. Si no rectifica, irá camino a la apatía, a la nada sin retorno, a los años perdidos. Se meterá en el túnel del tiempo y saldrá convertido en un Paniagua II, con la diferencia de que en el traste de los activos perdidos aparecerán estrujados los calendarios de tres años y medio. En esa ruta peligrosa estamos. Otra vez. “¿Qué debe hacer entonces?” es la pregunta que la lógica aterriza para un presidente cuyo esfuerzo es encomiable y que, ciertamente, no aparece salpicado por las miasmas de la corrupción. La respuesta es clara: firmeza, contundencia, principio de autoridad. Necesitamos un gobierno ataviado de convicciones, de certezas y que, seguro de que lo amparan la Constitución y la ley, no dé pasos en falso hacia el precipicio, porque allí sí lo espera el vacío.