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Paolo Guerrero ha protagonizado una de las historias más intensas y desgastantes de los últimos años del fútbol peruano. El desgaste no solo fue para el propio jugador, sino también para la selección y hasta para los hinchas. El desenlace terminó siendo feliz y hoy el capitán ya entrena con el “equipo de todos”, de cara a lo que será Rusia 2018.

Es un triunfo para todos. Para muchos fue como clasificar otra vez al torneo. La adversidad se nos presentaba en frente sin filtros, pero el alivio llegó y con él la certeza de que nuestra selección va completa, con todo lo que tiene para ofrecer, con eso que nos clasificó. Sin embargo, también va con un capitán fuera de ritmo y un equipo al que todavía le restan muchas cosas por corregir. Esa demora para tomar las riendas de los partidos se vio nuevamente en el duelo contra Escocia. A Perú le cuesta mucho acomodarse y el tiempo que invierte en esa empresa sin dudas será vital en una Copa del Mundo. Ni Dinamarca ni Australia y, mucho menos, Francia especularán en estos partidos; saldrán a buscarlos, a ganarlos, a clasificar y si nos encuentran endebles, desasociados, el camino se les presentará fácil. Nos ilusionamos con Farfán y Paolo jugando juntos de nuevo, pero no reparamos en que no comparten equipo hace más de un año, que Gareca tendrá que reacostumbrarse a la presencia del “9” y que, para ello, sacrificará a alguno de sus últimos titulares.

Restan dos amistosos antes de que comience el Mundial y el tiempo nunca será suficiente para afinar por completo la maquinaria, en todo caso, servirá para continuar matando interrogantes. Una de las mayores certezas es que Perú necesita reaccionar con mayor rapidez y dejar de perder tiempo valioso.

Es por ello por lo que volvemos a ser Perú, una selección fuerte, aguerrida y entrañable que tiene mucho por corregir. Pero también volvemos a ser Perú, el país indigerible, donde el gol se grita más que la injusticia y la gente muere de olvido. El viernes sonreímos al ver a Guerrero entrenando en Austria y quien pretenda desestimar esa alegría es un mezquino. No estar alegres por eso sería un insulto, pues equivaldría a restarle una dimensión que el fútbol se ganó con creces. Pero el viernes también sufrimos una derrota brutal, vergonzosa y humillante, una goleada inadmisible. Eyvi Ágreda perdió la vida, pues su cuerpo no aguantó tantas operaciones. Más allá de eso, que en sí ya constituye un fracaso, está la reacción de ciertos sectores a partir de este desenlace. Hemos visto en estos días lo que se puede conseguir cuando todos empujamos hacia un mismo lado, cuando hacemos lo que tenemos que hacer, cómo el tiempo y los obstáculos son dominados con facilidad para conseguir nuestros objetivos. Hoy, con el equipo completo y la sonrisa latente, echemos un vistazo a lo que está pasando, nadie va a reprochar el interés por el fútbol, pero hoy con la solución alcanzada sería imperdonable seguir con los ojos vendados ante la realidad que nos afecta. No permitamos que un puñado de virtudes se reduzcan al ámbito de una selección y recordemos que, por encima de todo, somos un país.