No estamos preparados para estos fenómenos naturales, y eso que se repiten con cierta regularidad. Y menos estamos preparados para este tipo de catástrofes, que podrían significar tener a varios expresidentes de la República encarcelados por corruptos. La rabia que puede conducir a la violencia o la desmoralización que te lleva al cinismo político son extremos indeseables en una sociedad como la nuestra. Nuestra cultura, en las generaciones que la vivieron, nos guste o no, está marcada por el impacto de la violencia terrorista y su líder preso, y luego, como efecto de péndulo, el régimen de Fujimori, preso también. De ellos, ¿hemos extraído las lecciones suficientes para mejorar nuestra democracia? Obviamente no. Lo que viene ahora, con todas las consecuencias del asunto “Lava Jato”, es una nueva oportunidad para aprender que el delito siempre se paga y que siempre será más barato ser honesto y muy caro delinquir. Podemos estar tentados a desear copiar costumbres de regímenes autoritarios asiáticos, donde el robo se castiga con la mutilación de manos o con la decapitación. Si no digerimos bien este proceso, puede hacernos más mal que bien, curarnos de la corrupción, si es que la democracia no aparece como revitalizada. A ver si por fin nos convencemos de que hacer justicia no solo es castigo para el criminal, es también un mensaje educativo para todos los que observan. Aquí le cabe un papel crucial a los medios informativos; les corresponde interpretar y dosificar los hechos, alejándose todo lo que sea posible del caótico huaico de mensajes que difunden las redes sociales. Este proceso exige mucha ponderación, ninguna frivolización, colocar las cosas en su lugar, dejar de ser cadenas de transmisión y simples altavoces de muchos protagonistas interesados en aprovechar las aguas revueltas. Sedimentar la turbiedad noticiosa será recompensada por la credibilidad y lealtad que otorgan las audiencias.

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