Mientras la oposición en el Congreso solo es un conglomerado de personas que lanza discursos acalorados y vehementes contra el Gobierno, el resto se acomoda de acuerdo a los intereses del Ejecutivo y prefiere el confort de la semana de representación antes que asumir su función de control político. Lo ocurrido ayer es una muestra de ello. La suspensión del pleno que debía decidir la reconsideración de la votación de la moción de censura contra el ministro del Interior, Willy Huerta, es otra consecuencia de la falta de voluntad de los legisladores para terminar con el desgobierno y la crisis en el país. Todo esto confirma el desinterés para luchar contra la ineptitud y la corrupción que rodea al Gobierno.

El mero ejercicio declamatorio de la oposición, que consiste en cuestionar todo desde adentro, pero sin ningún impacto hacia afuera, no tiene el efecto deseado para cumplir con su tarea de ser el contrapeso al Ejecutivo. Da la imagen que solo critica y no asume una decidida acción opositora. Para colmo, de cuando en cuando parece desarticulada y dividida. En tanto, el oficialismo y sus allegados están más vinculados a satisfacer sus apetitos personales y partidarios que a cumplir con las demandas de la mayoría de peruanos.  Con este panorama, las irregularidades del Gobierno no son fiscalizadas con el rigor que se necesita.

Debe ser que por esta razón, el 60% de ciudadanos percibe que el Congreso es una de las instituciones más corruptas, según el últimos sondeo de Ipsos Perú, elaborado para Proética.