“Ya no tengo fuerzas para resistir, quiero pedir al presidente de la República, a los miembros del Poder Judicial una sola cosa: por favor no me maten. Si regreso a prisión mi corazón no lo va a soportar, está demasiado débil para volver a pasar por lo mismo, ya no doy más“, dijo el expresidente Alberto Fujimori en el 2018, luego de ser indultado por Pedro Pablo Kuczysnki y a pocos meses de volver a la cárcel al anularse la gracia presidencial de parte de la Corte Suprema. Fujimori regresó al penal de Barbadillo y no se murió. Pasaron cuatro años y hoy vive tranquilo, tan rebosante de ánimo y de salud que se inscribió en Fuerza Popular y todo indica que participará en las elecciones del 2026.
La política destruye a muchos, pero a Alberto Fujimori lo robustece. Como ejercicio para la autoestima está publicando en las redes sus virtudes y logros como gobernante en la última década del siglo pasado. Aunque sus versiones son exageradas, permiten llevar al máximo el recuerdo de su gobierno.
Las encuestas lo favorecen. Hace poco en un sondeo de Ipsos Perú, el 27% de ciudadanos estima que el exmandatario sería el mejor candidato presidencial de Fuerza Popular, superando a Keiko Fujimori (23%). Así las cosas, que Alberto Fujimori postule en el 2026 al máximo cargo de la nación no es descabellado. La coyuntura le viene bien porque habrá como 30 candidatos y con una cifra mínima podría estar en segunda vuelta, pero no hay que cantar victoria. El Perú requiere gente con nuevos bríos para la tremenda tarea de salvar al país.
La crisis actual no es un accidente, es mucho más profunda, es una crisis sistemática generada por la incapacidad y corrupción de los últimos presidentes (incluido Fujimori) y eso no se gestiona con una simple propaganda de lo que se hizo antes.