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Hace unos días alguien me mencionó esta frase de Daniel Hannan: “Todos los estados se desarrollan de acuerdo al ADN que tenían en el momento de su concepción”.

Esto me llevó a preguntarme, ¿por qué no hemos logrado, hasta ahora, definir lo que es el alma peruana?

Primer problema: Para nosotros, 1824 no puede ser considerado un punto de quiebre decisivo en el que nos establecimos como una nación con un núcleo de valores compartidos. Nuestra historia se remite cientos de años más atrás. ¿Cuándo es, entonces, que se forja y consolida el ADN de nuestro Estado?

Segundo problema: En realidad, los peruanos no tenemos claro cuál es la composición de este ADN. No solo eso, sino que constantemente intentamos desconocerlo. Tendemos a pensar que haciendo una nueva constitución y cambiando el nombre de nuestras instituciones podemos hacer tabula rasa y desarraigarnos de nuestros orígenes. Así de fácil.

Tras innumerables fracasos, tenemos que reconocer que así no funcionan las cosas. Tantas constituciones después, deberíamos poder entender que el éxito de la fórmula depende de las particularidades de la sociedad en la que se aplica, y no solo de la fórmula en sí misma. Es que una reforma puede sonar impecable en papel, pero si desconoce la manera de pensar y de funcionar de los peruanos, pues está destinada a fracasar.

Tenemos que escudriñar el alma peruana y continuar el trabajo que empezaron ya unos pocos escritores peruanos. Una vez que tengamos claro que todos los aspectos del Perú (reformas, normas y procesos) no se pueden concebir de manera segmentada, sino reconociendo la importancia de nuestro ADN, las cosas podrán tomar un rumbo distinto.

Hace 50 años, Zavalita se preguntaba en Conversación en La Catedral: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Vaya usted a saber, Zavalita. Es nuestra tarea descifrarlo, revertirlo y tirar para adelante.

Pensemos, entonces, en quién eres tú, Perú. ¿Cuál es el color de tu alma?