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En un principio, los gestos y ligerezas que caracterizan la personalidad de PPK eran tomados con humor por algunos y hasta despertaban ternura en otros. Las risitas en momentos serios o interrumpir un discurso porque pasó un “perrito lindo” parecían actitudes inofensivas para quienes creíamos que podía ser un presidente bastante más capaz que sus predecesores. Pero esto último no se ha cumplido, y la torpeza en las formas se hace cada vez menos chistosa.

Las últimas performances del Presidente parecieran estar probando nuestra paciencia. El bastante tardío mensaje a la Nación luego de las graves acusaciones que vinculaban a su empresa con Odebrecht no solo se transmitió horas después de lo anunciado, sino que ni siquiera tuvo el detalle de hacerse en vivo, como corresponde cuando lo que hace falta a gritos es confianza y transparencia.

Posteriormente, como si la decisión de indultar a Fujimori no hubiera sido una ligeramente importante, PPK habló nuevamente tarde y mediante una transmisión de pésima calidad. A menos que Cieneguilla -o donde sea que estaba- quede en otro país, una ida a Palacio para grabar un mensaje de un nivel mínimamente decente no hubiera estado de más.

Por último, que su primera aparición importante luego del indulto haya sido en la partida del Dakar muestra más de lo mismo. ¿No hubiera sido más atinado acercarse, como dijo Mávila Huertas, a Pasamayo, como un gesto de empatía con las familias de las víctimas?

La mujer del César no solo debe serlo, sino parecerlo. Y a estas alturas ya está claro que PPK no parece ser un presidente al que le interesa qué pasa con el país. ¿Lo es?