El yihadismo es una completa desnaturalización del Islam, la religión fundada por Mahoma en el 622 d.C. en Arabia Saudí, y la tercera monoteísta en aparecer en la historia de la humanidad, luego del judaísmo y el cristianismo. La yihad o guerra santa cobró fuerza luego de la muerte del profeta en el 632 d.C. El fanatismo árabe se agudizó luego de la batalla de Karbala (680 d.C.), que los dividió en sunitas y chiitas, enfrentándose hasta hoy.

Siguieron guerras de conquista y proselitismos por toda la península arábiga, el Sinaí, el norte africano, España y el sudeste asiático, hoy territorios con enorme credo o influencia musulmana. En 1453, los turcos de Mahomed II tomaron el Santo Sepulcro de Jerusalén, agudizando más los conflictos iniciados durante la Alta Edad Media con las Cruzadas.

No existe una sola aleya (versículo) del Corán que justifique la violencia, por lo que -repito- el yihadismo asume un estado de violencia fundamentalista y extremista injustificable, valiéndose de la sharia o ley islámica, también fanáticamente desnaturalizada, para mostrar su rechazo e intolerancia radical al cristianismo y en general a todo aquello que tenga que ver con Occidente (tesis de choque de civilizaciones - S. Huntington).

¿Qué explica, entonces, la reciente matanza de 147 universitarios cristianos en la Universidad de Garissa, en el noreste de Kenia, a manos del yihadista grupo terrorista somalí Al Shabab?; o ¿por qué los extremistas del Estado Islámico decapitaron a 21 coptos cristianos en Libia hace 15 días?; o, finalmente, ¿qué ha llevado al EI a masacrar a cientos de cristianos en la zona de Mosul, al norte de Iraq, y a los que quedaron vivos obligarlos a huir, convirtiéndolos en refugiados por su credo?

El terrorismo islámico no es el Islam de Mahoma: eso debe quedar claro. Hay que detenerlo de una sola manera: combatiéndolo.

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