El dolor no es parte de la vida, se puede convertir en la vida misma. La frase, bordada en lanas blancas sobre una chompa negra, golpea duro. Más duro aún si se lee tras las rejas, cerca de guardias armados y perros que ladran desde lo alto de los techos. La frase reza sobre la espalda de una interna del penal Santa Mónica y fue bordada durante dos horas con sus propias manos, las mismas que alguna vez empuñaron una pistola, un cuchillo o veinte kilos de pasta básica de cocaína. Para Thomas Jacob, sin embargo, ese pasado no interesa. Ni tampoco el encierro o el peso de la condena. Para Thomas Jacob, un francés de 26 años que rehuye a las cámaras, lo único importante es lo que se hace a partir de ahora, el presente, la segunda oportunidad.

Las internas han salido al patio de la cárcel a desfilar las prendas que ellas mismas han elaborado. Posan ante las cámaras, sonríen. Muestran los polos de cuellos cuadrados, las chompas tejidas y los polerones con palabras como "hambre, violencia, muerte y silencio". "Se trata de transmitir lo que sienten. Aunque hubieran podido cometer los peores crímenes, son personas como tú o como yo, con sentimientos", comenta Thomas, fundador del proyecto Pietà, una marca de ropa nacida en las prisiones de Lima.

"Son prendas alternativas, un poco impertinentes, un poco fuertes, un poco artísticas", dice Thomas, mientras cruza el patio de la cárcel de mujeres como si de su oficina se tratara. Hace cinco años dejó atrás Francia, una carrera de marketing a medio terminar y unas clases incompletas de diseño gráfico. Entonces conoció Latinoamérica, llegó al Perú, a Lima, a las cárceles, invitado por una amiga que enseñaba francés tras los barrotes. Entonces descubrió máquinas de coser en desuso en los penales y a un grupo de reos que quería dar un vuelco a sus vidas. Entonces rompió todos los esquemas posibles. Fotos: Federico Romero

Puede leer la nota completa en la edición 132 de la revista

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