Lo que para otros niños era un castigo, para María Elena Arana era un recreo. Artista por vocación y calígrafa de profesión, esta dulce madre de seis y abuela de nueve, asegura que perfeccionó su letra durante las horas de detención en el colegio, cuando era solo una alumna de cuarto de primaria y conversaba o mascaba chicle en clase a propósito para que la obliguen a escribir 500 veces que no lo iba a hacer de nuevo. "Para mí caligrafiar es como un relax, como una meditación. Empiezo a las seis de la mañana y puedo escribir hasta la medianoche haciendo solo una pausa de quince minutos a la hora del almuerzo", asegura con una voz temblorosa que delata sus 70 años de edad y casi 60 escribiendo a mano alzada.

Sobre la mesa del comedor de su casa, en Monterrico, cientos de cartones vacíos aguardan su atención. Son los diplomas de los próximos graduados de alguna carrera universitaria. María Elena es la encargada de colocar sus nombres y demás datos en los certificados que luego ellos seguramente colgarán en alguna pared junto a otros títulos y logros, sin pensar en la mujer septuagenaria que disfrutó escribiéndolos. Caligrafiar es algo que ella hace como un 'cachuelo' desde que estaba en el colegio, primero redactando con su perfecta letra cursiva los diplomas de sus compañeros de clase -a pedido de la dirección- y posteriormente para prestigiosos institutos y universidades, a decir: San Marcos, San Martín, Científica del Sur, San Juan Bautista, Cenfotur, Gordon Blue, y siguen firmas.

En un día, asegura, puede escribir hasta 200 diplomas. Y cuando el tiempo apremia por trabajos de último minuto -cosa común entre los que practican este oficio, y que en Lima no alcanzan a completar los dedos de una mano-, ha llegado a caligrafiar nada menos que cuatro mil partes de un día para otro. Por práctica y pasión, María Elena ha desarrollado cerca de 10 tipos de letra -sin contar las que aprendió simplemente mirando los avisos de las páginas amarillas-, y es nada menos que la autora de la caligrafía Palmer que sirve de modelo en el cuaderno Coquito de la editorial Bruño. Publicación que si bien aún 20 años después de su colaboración todavía se encuentra en algunas librerías, parece no tener la misma relevancia que antaño. "Durante el gobierno militar se quitó la caligrafía obligatoria de la currícula escolar. Y ahí fue donde empezó a perderse todo", recuerda y asegura que parte de la culpa también la tiene la letra 'script': "Para mí fue esa fuente la que malogró la forma de escribir de toda la juventud. Si te fijas, ya nadie puede escribir bien con letra cursiva".

Más que un negocio, para María Elena, una esteta confesa de la letra, lo suyo es un hobby. "Lo hago por amor al arte, porque si bien te da algo de dinero no es suficiente para mantener una familia. Por eso es que somos pocos los que hacemos este trabajo", sentencia, solitaria aunque orgullosa en su cruzada por destacar la belleza que la escritura a mano imprime sobre las cosas.

FUENTES CALLEJERAS. Al otro lado de la ciudad, en la avenida Nicolás Arriola, arteria principal del tránsito de La Victoria, Máximo Bastidas, 'el Gladiador', retoca -a mano y con pulso de cirujano- las placas de un camión de carga. El trabajo le toma 15 minutos. Y durante ese tiempo no hay quien logre desconcentrarlo. Lo mismo sucede cuando se ocupa de escribir con pintura -sobre el carruaje o la luna de una combi, mototaxi o taxi- un nombre o una frase personalizada tipo: "tu envidia es mi progreso" y demás ocurrencias que surgen de la mente de quienes solicitan sus servicios que, como lo indica el letrero que cuelga en lo alto de su carretilla, van desde retocar números hasta dibujar letras.

Máximo, quien antes se hacía llamar 'Flash', lleva más de 30 años en este oficio. Nació en Huancayo y llegó a Lima en los años 60. "La mejor época, cuando sonaba Chubby Checker y aún se podía tomar el tranvía", recuerda. Él, como muchos amantes de las fuentes, creció soñando con ser artista. Así entró a Bellas Artes a los 25 años, pero no logró pasar de los primeros ciclos por falta de recursos. "Acá sobraba cabeza pero faltaba plata", bromea con cierta desazón.

Desocupado y con ganas de quedarse en la capital, Máximo aprovechó lo que él llama 'la fiebre de las placas' –cuando a mediados de los 70 la división de tránsito hizo un llamado al cambio del número de matrícula de los autos–. Entonces, cuenta, faltaban manos, no había pintores, y él se ofreció a ser uno de ellos. Ahí permaneció por poco más de cinco años, hasta que el departamento fue absorbido y entonces se convirtió en ambulante. Aprendió a dibujar diversos tipos de letras, desde la 'script' hasta la gótica, mirando las páginas amarillas. Se hizo de algunas brochas y tarros de pintura, y se buscó una avenida concurrida para empezar.

Hoy en día atiende alrededor de ocho vehículos por jornada. "Empiezo a las 9:00 a. m. y me voy a las 6:00 p. m., o a la hora que me da la gana en realidad", dice y lanza una carcajada. Ya no pinta cuadros, solo números y frases. "Los pocos que tengo los guardo en mi casa. Cuando me preguntan digo que los compré en Miraflores, ¡y ni siquiera conozco ese barrio!", continúa. Con la misma chispa revela que la municipalidad del distrito está desalojando a los ambulantes de la zona, y que su trabajo pronto llegará a su fin. "¿A dónde vamos a ir? A nuestra casa será. Ya no voy a pintar. Me dedicaré a vender cualquier cosa en algún mercado. Ya se me ocurrirá algo".

PLUMA PERSONAL. Como doña María Elena Arana y el risueño Máximo Bastidas, Cristina Pareja también suma varios años haciendo caligrafía -casi tres décadas-, pero en su caso los lienzos son partes de boda, tarjetas de invitación y cartas de restaurantes. Las letras las aprendió revisando libros de caligrafía –y también viendo las ya famosas páginas amarillas-.

Para esta experta en papelería, la letra escrita a mano da un toque "más fino y personal" a cualquier soporte. "Aprendí a hacerlo porque me gusta. Siempre he tenido buena letra. Caligrafiar es como dibujar y somos pocos los que tenemos la paciencia para hacerlo", afirma. Cristina puede escribir 300 partes por día -100 en una hora si está muy concentrada-. Su herramienta principal de trabajo son las plumas. Antes, dice, había más trabajo en este rubro, pero ahora debe competir contra las máquinas. "Aunque yo gasto menos papel y sobres –en el caso de los partes y tarjetas de invitación-, porque la impresora siempre te va a malograr algunos. Encima puedo hacer correcciones porque tengo buena ortografía", se defiende.

RESCATE LETRA POR LETRA. Pía Oliveri tiene 29 años, es chef de profesión y calígrafa por afición. Ella es parte de la nueva ola de aficionados a las letras –la mayoría de estos diseñadores gráficos y artistas plásticos- que empiezan a refrescar paneles publicitarios, logos y pizarras en los que últimamente varios restaurantes gourmet muestran su menú.

La historia de Pía con las fuentes empezó hace casi siete años, cuando luego de terminar sus estudios en La Cordon Blue y trabajar en algunos restaurantes, llegando a ser gerenta de uno, salió embarazada y los tiempos empezaron a ajustarse. "En cocina se trabaja todo el día, y yo sentí la necesidad de dedicarle más tiempo a mi hija", cuenta. Así decidió dejar momentáneamente su vocación de chef y estudiar un curso de diseño. Para entonces ya había hecho sus pininos en la decoración de pizarras. Empezó por las que tenía el restaurante que administraba. Escribiendo toda la carta a mano, primero con tizas y luego con unos plumones especiales. Fue así que la comenzaron a llamar para decorar las pizarras de otros locales. Primero en cebicherías, luego en restaurantes y ahora último en bares, como la barra del Queirolo en Asia. Este último trabajo le demoró dos días. A la fecha Pía –quien firma sus creaciones como 'Pintopizarras'- redacta alrededor de cinco cartas por mes, algunas con más de cincuenta platos.

"Este tipo de pizarras –afirma- respaldan la personalidad del lugar. Además de ser más personal, ofrece algo diferente al público y te da la posibilidad de comunicarte con ellos de otra manera. Cada vez hay más restaurantes que optan por este tipo de cartas. Es parte del 'boom' gastronómico", sospecha sin hacerse problemas por la competencia. "Mientras más seamos los que practiquemos este arte, mejor", finaliza. Fotos: Miguel Paredes

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