Yosthyn y Noemí roquean los versos de César Vallejo. Se mueven en sus sitios sin soltar el micrófono. Lo siguen los golpes secos en la tumba de Luiggi y el sonido salvaje en la batería de Rhandú. La emoción se cuela en los teclados de Juan, en las panderetas de Rosa, Arlette y Lorena, y en las maracas de Yesabela y Javier. De pronto se oye una melodía estridente. Un solo de guitarra de Juan García, el profesor que les ha cambiado la vida.

"Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte"

Por unos minutos, el 6.° 'B' del colegio María Reiche de Puerto Nuevo, en el Callao, se transforma en una sala de ensayos. Afuera, tras los muros de la escuela, delincuentes y sicarios se refugian en las casas de madera, y una larga fila de camiones se alista a descargar toneladas de plomo que contaminan el aire y la tierra. Pero aquí dentro, en este salón, la música parece disiparlo todo.

El profesor García y sus alumnos de entre 11 y 15 años lo musicalizan todo al ritmo de rock, cumbia, huaino o reguetón: los versos de César Vallejo, las tablas aritméticas, las lecturas semanales, las vocales. A los chicos que se hacen llamar "Las estrellitas de Puerto Nuevo" los contratan para eventos del Callao, han sido teloneros del grupo salsero Mayimbe y acaban de postular al 'reality' "La banda" que produce Ricardo Morán (conductor de Yo soy). Pero más allá de la fama que están gozando, saben que la música no es solo un 'hobby'. Es su refugio, su nueva oportunidad.

LA VOZ DEL CAMBIO

En el año 2011, después de 20 años de servicio, el profesor Juan García Murrugarra tuvo a su cargo por primera vez una sección de primaria. "Me encontré con chicos de 8 y 9 años que no sabían pronunciar bien las palabras, con problemas de tartamudez, que no podían leer ni un párrafo completo. Y encontré también una carencia de todo: de autoestima, de motivación, de apoyo por parte de la familia", recuerda el maestro.

En la mayoría de casos, mientras los alumnos intentaban concentrarse sobre las carpetas, sus padres esperaban el paso del tiempo en alguna cárcel de Lima o el Callao. Hoy la realidad no es distinta. Muchos viven solo con sus abuelas o con madres que deben trabajar buena parte del día para mantener el hogar. Con este entorno, los niños nunca iban a clases.

Y lo que es peor: todos los alumnos estaban y están intoxicados con plomo. A escasos 10 metros del colegio se ubica el almacén de minerales de la empresa Impala. Por años la compañía recibió grandes cargas de plomo, arsénico y zinc en camiones tapados por una simple toldera. En 2012 la ONG Cahude calculó que alrededor de 276 toneladas de minerales quedaban regadas en las calles chalacas. Hoy Impala cubre herméticamente los camiones, pero los minerales continúan a la intemperie en sus depósitos, según denuncian los vecinos.

La Organización Mundial de la Salud revela que el plomo es una sustancia tóxica que se acumula en la sangre y afecta especialmente a los niños. Bastan apenas cinco microgramos de plomo por decilitro de sangre (µg/dL) en el organismo para producir anemia, hiperactividad, reducción del cociente intelectual, déficit de atención, dolores de cabeza y agresividad. Los niños del profesor García tienen actualmente entre 10 y 24 µg/dL y todos los síntomas a la vista.

MELODÍAS QUE TRANSFORMAN

El 3 de marzo de 2011 el maestro decidió cambiar esta realidad. Arregló un órgano antiguo que descansaba en el depósito del colegio, limpió un par de cajones en desuso e invitó a los chicos a elaborar maracas con botellas recicladas y piedritas. Una vez que captó su atención preparó melodías simples. "Dice mucha gente que no sabemos leer, tráiganme los libros, muchachos, ahora van a ver", cantaba su clase al ritmo de los instrumentos. Poco a poco fue agregando textos más largos y más complejos: un cuento, un poema, un problema aritmético.

A fines de ese año el colegio y el director de esa época hicieron un fondo para comprar una batería, y la empresa Mobil Oil del Perú les donó una guitarra eléctrica, un bajo, tumbas acústicas y órganos. Canción tras canción, los niños empezaron a leer de manera más fluida y se fueron liberando de la tartamudez y el temor.

"De pronto Yosthyn, el niño que presentaba los problemas más severos de comunicación, se convertía en el cantante de la banda y no se distraía durante las lecciones. Yesabela, una de las niñas más tímidas del aula, ahora bailaba, cantaba y mejoraba sus calificaciones. Y Juan, que siempre faltaba a clases, asistía puntual y era capaz de aprender canciones en cuatro minutos. Son algunos de los ejemplos más valiosos", refuerza García.

A través de la música, el profesor no solo les ha demostrado que poseen talento para cantar y tocar. Les ha devuelto la autoestima y los ha motivado a asistir todos los días al colegio. De hecho, los ensayos de la banda le roban unos minutos al recreo y unas horas al descanso después de clase. Y a los chicos no les molesta. El sonido de la tumba, el órgano y la guitarra los ha vuelto más pasivos. "Antes los niños se agarraban a patadas o puñetes. La violencia era su única forma de jugar. Ahora, en cambio, tienen la música", comenta García con orgullo.

El maestro planea extender su proyecto "Tocando y cantando se aprende a leer" a los 125 alumnos del colegio. Para ello está en búsqueda de financiamiento. Si consigue el apoyo suficiente, asegura, podría llevar la iniciativa a toda la Red del Plomo, un total de trece escuelas del Callao que también se ven afectadas por la contaminación de minerales, la pobreza y la delincuencia. Esperamos que así sea. Fotos: Miguel Paredes