La muerte es para estos hombres una fuente de vida. A lo que hacen se le llama 'tanatopraxia' –nombre que procede del griego Thánatos, dios de la muerte no violenta-, y se define como un conjunto de prácticas que se realizan sobre un cadáver con el fin de conservarlo –a través de técnicas de embalsamiento, restauración, reconstrucción y estéticos- para 'maquillar' los rastros de la muerte.

Así el trabajo de un 'tanatopraxista' consistirá, entre otras cosas, en devolverle a ese cuerpo inerte el color de la vida y un gesto apacible, para aparentar frente a sus seres queridos que no se están ausentando para siempre, sino que se han sumido en un sueño profundo y feliz.

LA CALMA MAQUILLADA

Wilmer Heredia (28) es 'tanatopraxista' desde hace cinco años y ha maquillado a tantos muertos que ya casi ha perdido la cuenta. "Al mes por lo menos tratamos a 120 cadáveres", calcula Heredia.

La funeraria Agustín Merino es su cuartel y su rutina, casi siempre incierta, como la muerte que llega sin avisar. Aunque suele cumplir un horario de ocho horas, cada tanto tiene que cambiar de turno, trabajar de noche y estar siempre listo para salir corriendo cuando el teléfono anuncie el arribo de un nuevo 'cliente', y recibirlo siempre de buena gana, porque de lo contrario la noche puede ser aún más dura. "Recuerdo que una vez llamaron a las tres de la mañana para que vayamos a recoger un cadáver. Yo estaba molesto porque me habían despertado e hice el trabajo de mala gana, sin faltar al respeto al difunto, pero se ve que sintió mi molestia porque cuando quise volver a dormir no pude hacerlo. Sentí que alguien me ahorcaba", cuenta Wilmer Heredia impávido. Fotos: Johanna Valcárcel

Puede leer la nota completa en la edición 132 de la revista

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