Nataniel tiene dos años y unos grandes ojos marrones. De pie, en el patio, observa las resbaladeras de colores, las flores de papel en las paredes, las piruetas de un grupo de niños que brincan sobre un trampolín. Su mirada infantil le impide ver las rejas que la rodean, las púas en lo alto de los muros, los policías que custodian el lugar de un lado a otro. Nataniel vive en prisión, duerme en prisión, nació en prisión. Pero ella lo ignora. Al lado de su madre, Gisela Romero, no hay diferencia entre la libertad y el encierro.

El 18 de octubre de 2011 Gisela fue recluida en el penal de Santa Mónica por tráfico de drogas. Nataniel estaba en su vientre. Nació doce días después. Sus primeros pasos los dio en un cuarto de dos metros cuadrados. Sus primeras palabras las dijo en el patio del penal. Sus primeros juegos los aprendió en la cuna María Parado de Bellido, un oasis colorido enclavado en medio de este centro penitenciario.

Aquí adentro, Nataniel es el motor de Gisela, su alegría, la mujercita que le impide caer en la depresión, la que -según dice- la ha hecho cambiar. "Antes vendía comida y dulces en El Agustino. Pero la desesperación de ser madre soltera me hizo vender 'pacos'. Ahora me arrepiento", confiesa. Sus otras dos hijas, de diez y cinco años, viven con su abuela. La mayor sabe que su madre está condenada a seis años por un delito. La menor todavía no entiende por qué está lejos de casa.

COLORES EN EL ENCIERRO

El penal de Santa Mónica alberga a 44 niños de cero a tres años. Todos nacieron mientras sus madres purgaban condena o esperaban las sentencias de sus casos. Durante el día los pequeños pasan el tiempo en la cuna María Parado de Bellido, donde realizan estimulación temprana, desarrollo psicomotriz y actividades lúdicas a cargo de personal especializado. Por las noches los menores descansan al lado de sus madres en el Pabellón para Mamás, un espacio decorado por ellas mismas para que los cuartos se asemejen más a las habitaciones de un niño.

La ley solo permite que los pequeños permanezcan allí hasta los tres años de edad. Luego deberán partir con un familiar en libertad, o instalarse en un albergue del Inabif si no cuentan con personas cercanas. "Los niños y sus madres son preparados psicológicamente durante los seis meses previos a la separación. Salen más seguido con sus demás familiares y son llevados a lugares como la playa para que se adecúen a espacios en libertad", explica Yolanda Ramírez, directora de la cuna del penal.

El día de la separación las madres son trasladadas a los pabellones comunes con las demás internas y solo podrán ver a sus hijos durante unas horas, un par de veces por semana. Ese, quizá, sea el peor precio que deban pagar.

ESTAR LEJOS DE CASA

Claudia Díaz ruega que ese día no llegue. Ella es chilena, pero su familia radica en España. Si su caso se resuelve en su contra, en poco tiempo, Nicolás, su hijo de 1 año y 4 meses, deberá salir del penal y quedarse a cargo de su abuela materna, a varios kilómetros de ella.

En octubre de 2012 Claudia viajó con su esposo de España a Chile para hacer los trámites de un negocio familiar. De regreso a casa, su esposo le pidió pasar por el Perú para ver unos asuntos pendientes. Él llevaba droga en la maleta. Ella, embarazada de ocho meses de Nicolás, juró -jura- que no sabía nada. Hoy el caso sigue en proceso. Y ambos ya llevan casi año y medio encerrados en dos cárceles de Lima, esperando que la situación se esclarezca. Su destino y el de su bebé todavía están en manos del Poder Judicial.

LUCHAR CONTRA EL DESTINO

Yanet Flores intenta aprovechar al máximo los días con Nuria, su pequeña de cinco meses. Ella es su soporte -asegura-, su paz, su lucha, su pequeña esperanza. Cuando la reja del penal se cerró a sus espaldas, en mayo del año pasado, Yanet se derrumbó. Se la pasó día y noche llorando. Cuando Nuria nació Yanet secó sus lágrimas. Superó la angustia. Pero su hija heredó la depresión que la consumió durante gran parte del embarazo. Hoy la pequeña debe llevar tratamiento para superar esos profundos sentimientos de pena que la atormentan a su corta edad.

Yanet asegura que fue engañada, que le pagaron S/.25 por enviar un paquete a Serpost, que no sabía que esa encomienda ocultaba droga, que se arrepiente por haber confiado en desconocidos. El día que la capturaron acababa de dejar a su otra hija -por entonces de seis años- en el colegio. Cuando la niña volvió de clases no encontró a su mamá. Solo atinaron a decirle que se había ido al hospital por el embarazo. Para la pequeña, ella continúa internada.

"El otro día, mi hija que está en libertad me dijo que nunca me iba a perdonar por haberla abandonado. Eso es lo que más me duele. Mi caso está en proceso, pero están pidiendo diez años de condena. Yo estoy luchando para que eso no se cumpla. Me angustia lo que pasará con mis niñas", cuenta Yanet, y entonces intenta ocultar las lágrimas.

Este domingo, los 44 niños del penal de Santa Mónica celebrarán el Día de la Madre al lado de las mujeres que más aman. Para estos pequeños ellas no son inocentes ni culpables, no son buenas ni malas. Al lado de sus madres no existe el encierro, ni las condenas, ni los barrotes. Cuando salgan, quizá, con el pasar de los años, comprenderán por qué tuvieron que soltar sus manos tan pronto.

Más allá de los barrotes

Los cuidados médicos, el parto que se realiza en el Hospital María Auxiliadora, así como la alimentación y educación de los niños que viven con sus madres en el penal de Santa Mónica es cubierta por el Instituto Nacional Penitenciario (INPE). Sin embargo, todo apoyo es bienvenido. La cuna recibe donaciones de medicinas generales, materiales para decorar el lugar, juguetes y elementos de aseo. Fotos: Tatiana Gamarra