Josefina estaba en el colegio cuando sintió el llamado. La experiencia religiosa de una de sus primas la terminó de convencer, eso era lo que ella quería; dedicar su vida a la oración y la consagración a Dios.

Tiene 18 años y ya lleva un año viviendo en la clausura del Monasterio de San Lorenzo Justiniano y de la Inmaculada, y es feliz. Se siente libre.

HISTORIA. El 2007 tres religiosas españolas cruzaron el océano y dejaron atrás la vida de clausura en España para adentrarse en la aventura de fundar un monasterio en el Perú. Junto a dos novicias permanecieron en Chosica (Lima) un tiempo y luego se trasladaron a Arequipa, invitadas por el Arzobispo Javier del Río Alba. Hoy son 21 religiosas las que comparten oraciones por la consagración de los sacerdotes y la paz del mundo.

"Elegimos el cambio de vida por la oración, por buscar algo que el mundo no tiene", sostiene la Madre Antonia, abadesa del Monasterio. Tenía 18 años cuando ingresó a la orden, a pesar de la oposición de sus padres.

"Me atraía rezar por los sacerdotes, ya que yo no podía ser sacerdote". Así ha pasado 50 años, enseñando a otras religiosas a cumplir su fe y ni un solo día ha dudado de su vocación. No ha dejado de vivir, nos dice, al contrario, lo ha hecho intensamente, llena de amor. Y eso no lo dudamos, basta ver el afecto que le profesan las novicias y ordenadas, así como el cariño que la abadesa pone en el bordado, el planchado y cada una de sus tareas.

UN VIAJE. Los días en el Monasterio son muy activos, pero el clima es siempre calmo. La jornada empieza faltando 15 minutos para las 6, cuando dejan sus habitaciones para dirigirse a la capilla donde el rezo y meditación las congrega hasta las 8, cuando ya es hora del desayuno.

El comedor de la casa conventual, ubicada a pocos metros de la plaza Las Américas de Cerro Colorado, va cobrando vida y ya se oyen las risas y los pasos apurados de las hermanas que se alistan a comer para luego participar en la Eucaristía en la que ofrecen las labores que estarán a cargo de cada una.

Preparar hostias, bordar, pintar o cocinar, son parte de las diversas actividades que las religiosas desempeñan generalmente por encargo de terceros, cumpliendo así el mandato de mantenerse ocupadas y prodigando algo de los recursos que destinan a su mantenimiento.

Las horas de recreación también están programadas, lo mismo que el descanso de la tarde, la lectura y rezo de las seis y finalmente el acostarse, a las diez de la noche.

En este mundo no hay lugar a la añoranza del mundo exterior, porque están en todas partes.

"El convento es nuestra nave y viajamos por todo el mundo. Ese es el poder de la oración", se apura a decir otra de las religiosas cuando reunidas en el oratorio nos refieren sus experiencias.

La imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro es testigo mudo de cada una de estas confesiones.

EL ÁRBOL. En diciembre del año pasado, las hermanas dieron un concierto con música sacra. Fueron preparadas por su maestra de música, la docente Rosario Belzú, la misma que les enseñó a tocar diversos instrumentos con los que acompañan sus cantos de todos los días, esos que gustosas interpretaron para nosotros en la capilla, frente al altar que es custodiado desde el fondo por la imagen del Corazón de Jesús con tez morena, Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres. La calma del jardín contiguo a la Iglesia nos invita a pasar.

Descubrimos allí el "árbol prohibido", un limonero cuyo fruto es tomado únicamente por la abadesa y para la elaboración de su "delicioso queque de yogurt frutado", el que preparan seguido para sus compradores. Así, cada rincón del Monasterio tiene una historia y una razón, porque en este mundo no hay espacio para lo vano e intrascendente , todo lo contrario, todo tiene sentido, el significado de la fe.

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