Serafín Vásquez tiene un machete en la mano. Con él, este ex paciente de lepra azuza a sus animales. Entre ellos a un gallo de pelea que ganó siete contiendas, pero que en el octavo combate perdió el invicto y el ojo izquierdo. "Este sabe atacar", dice acariciándole la cresta. A la versión precaria de Carmelo, el gallo que inmortalizó Abraham Valdelomar, Serafín le enseñó a patear, a agarrar a picotazos a sus rivales y derrotarlos sin chaveta. "No tiene ojo, pero es un rebelde", explica quien vive en lo que fue el Hospital Portada de Guía o antiguo Leprosorio de Lima, un lugar que el tiempo derruyó hasta convertirlo en un sitio decrépito, pese a su valor histórico.

La palabra "rebeldía" tiene un significado especial para Serafín, de 67 años, y a quien llaman 'el Caudillo'. El sobrenombre no le puede caer mejor. Él encabezó en 1977 "la resistencia", que fue el atrincheramiento de los pacientes con lepra en las instalaciones del hospital cuando el Ministerio de Salud de la época lo clausuró. "No pudieron sacarnos", recuerda. "Nosotros estábamos internados 10 o 15 años y nos querían botar. Aquí estaba nuestra vida, sembrábamos y cosechábamos. Como no teníamos adónde ir, ni familia que nos aceptara, combatimos y nos quedamos", cuenta a quien también llaman 'Machete', por el fierro que lleva en el cinto.

Producto de su atrincheramiento, 20 pacientes permanecieron en el terreno del antiguo hospital, resistiendo los embates de la sociedad y del tiempo. Hoy solo quedan 16, con sus respectivas familias. Sin embargo, ninguno quiere dar la cara por miedo a los prejuiciosos. Solo Serafín Vásquez. Él vive ahí hace cuatro décadas. "Es el rebelde mayor", aseguran quienes lo conocen.

Le diagnosticaron el mal a los doce años, pero afirma que lo comenzó a sentir mucho antes, desde los ocho, cuando empezó a notar manchas blancas en su cara y cuerpo. "A mí la lepra me atacó los nervios y se metió a mis huesos. Éramos seis hermanos, pero yo fui el único de mi familia que se enfermó. Para detener el mal me amputaron los dedos de la mano y me quedaron secuelas en el pie", cuenta.

Pese a sus limitaciones, Serafín se las ingenia para cocinar, criar animales, trabajar con objetos de madera y recolectar plásticos. Para caminar usa muletas, además tiene hipertensión en los ojos y una parte del rostro se le paralizó hace dos años. Hoy lo mueve con un poco de dificultad. "¿Si sentí rechazo? A veces sí", recuerda. Fotos: Elias Alfageme

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