En Huarmey se combate la desesperanza con el trabajo
En Huarmey se combate la desesperanza con el trabajo

, una ciudad que a duras penas soportó estar siete días sumergida en un metro y medio de agua y lodo, hoy afronta la desolación de ver sus calles empantanadas y a sus habitantes luchando por no caer en la desesperanza. Cada vivienda que quedó en pie cobija en su techo a la familia que antes la habitaba.

Han pasado quince días desde que -a las 9.00 de la noche del martes 15 de marzo- el desborde del río Huarmey hundió en la desesperación al 90% del distrito ancashino. Correo constató que la situación que viven los pobladores sigue siendo dramática, especialmente en las avenidas El Olivar, Mariscal Castilla, Paramonga y Pativilca, ubicadas en la ribera del caudal.

AHÍNCO HUMANO. Son las 5.30 de la mañana del martes 28 de marzo, los primeros rayos de la luz del día empiezan a iluminar las carpas improvisadas que los ancashinos instalaron en las cubiertas de sus hogares para protegerse del temporal nocturno. El primero en levantarse es don José Montes Llacas, quien cuenta a este Diario que el día del huaico vio pasar “cadáveres” arrasados por la fuerza de las aguas.

Así como sus vecinos, la primera tarea de Montes Llacas es coger una pala para, poco a poco, retirar el barro que invadió su vivienda. A un costado, en la cuadra uno de la calle El Olivar, el anciano Felipe Maldonado Trejo (78) se esfuerza para hacer lo propio. Sin embargo, al verse sin una lampa y una carretilla, rompe en llanto mientras camina descalzo de un lado a otro por los ambientes aún inundados de su casa.

“Sufro de los nervios, se me enfría la cara, el cuerpo me tiembla y se me vienen las lágrimas. Sentimiento tengo (al recordar el huaico). A veces paro soñando, me da miedo bajar (al primer piso), debe ser por todo el desmonte que había ahí”, relata con impotencia.

A pesar de su avanzada edad y los estragos de una operación al que recientemente fue sometido, don Felipe no se rinde. Su esposa, doña Judith Cristóbal Robles, le da fuerzas para continuar recordándole que “ lo importante es que están con vida”.

A veces esto no es suficiente para el septuagenario, pues, además de limpiar solo su hogar, tiene que atender a la compañera de su vida porque no puede caminar por un mal en la cadera y la pérdida de la vista en uno de sus ojos.

“El agua rompió la puerta y entró con fuerza. Yo tengo un nieto con retraso mental y mi esposa enferma, con las justas nos hemos salvado”, recuerda don Felipe. Después, rompe en llanto y repite: “mientras otros tienen a sus familias por acá por allá, herramientas que les han regalado. Yo no tengo nada (para limpiar mi casa)”.

Volteando la esquina, en la avenida Pativilca, doña Felipa Gamarra Olivera (78) vuelve a su inmueble para intentar rescatar “aunque sea” su cama. Una vez en la puerta, conversa unas palabras con su vecina y su expresión cambia. Las lágrimas ruedan por sus mejillas.

“Todo está enterrado. He venido a ver si puedo sacar algo de mi casa, pero todo se ha enterrado. Las paredes se han caído, no puedo entrar”, dice a Correo.

Mientras tanto, el profesor jubilado Julio Chávez Maldonado (59) hace el último impulso para retirar los pocos kilos de fango que quedan en su hogar. “Hay que tener bastante valor para seguir viviendo, trabajar e ir siempre adelante”, dice con fe, a pesar de que -según los damnificados- la ayuda no llega como debería, ya que, afirman, no solo necesitan comer sino también herramientas para retirar el estrago que dejó “el peor desastre de sus vidas”.

CIFRAS

5 personas fueron reportadas como desaparecidas.

12 horas al día trabajan los pobladores de Huarmey para limpiar sus casas.

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