Tiene una mancha negra en el pulgar derecho y una ligera sombra de pintura en la nariz. El aparente caos de lienzos y óleos que habita en el segundo piso del taller de Enrique Polanco está impregnado en su cuerpo. A lo lejos, una radio delata su gusto por la música clásica a la hora de trabajar. De la calle no se escucha nada. Son sus cuadros los que revelan todo el ruido de la ciudad: Lima, la horrible y caótica, su gran musa inspiradora.

"Este taller es mi refugio, mi mundo aparte", afirma el pintor, acomodado en un sillón de la primera sala del apartamento. Lo rodean, como un fortín, libros, fotografías, afiches y recortes de revistas. Asegura que aquí puede pasarse horas, días enteros sin salir. Sobre todo cuando tiene una muestra cerca, como la que alista para el 13 de noviembre -en la Sala Luis Miró Quesada Garland de Miraflores-, donde expondrá 23 cuadros. Han pasado dos años y medio desde su última unipersonal. No vende a través de las galerías de arte, mucho menos cuelga sus obras en sus paredes. Dice que a estas no les interesa hacerlo, y a él tampoco. Cuando expone lo hace en los circuitos culturales. Cuando vende, dice que es porque alguien lo ha buscado.

-Entonces no vive de la pintura...

-Yo siempre he vivido de la pintura. Pero como no hay quien me represente, vivo del alquiler de dos espacios que tengo en mi casa.

-Cuesta creer que a las galerías no les interese su obra. Usted es un pintor reconocido.

-Sí. Pero vender mi obra no es mi prioridad. Es importante de hecho. Pero para mí la pintura es otro rollo. Para mí la vida es pintar. Y con estos dos pequeños ingresos estoy tranquilo. Pinto con total libertad, puedo hacer lo que me da la gana.

LUCES DE LA CIUDAD. En el segundo nivel, de espaldas, arrimados sobre una pared que hace esquina con la puerta del baño, aguardan varios lienzos. Cuidados, protegidos, pero igualmente solos, sin dueño. Solo su creador. En el extremo opuesto un atril marca el comienzo de su sala de operaciones. Ahí lo espera su último cuadro en proceso. Es la parte trasera de la Escuela Militar Leoncio Prado vista desde un acantilado. Una fotografía que tomó hace varios años le sirve como referencia. Polanco sale poco, pero cuando lo hace siempre lleva consigo una cámara para registrar, siempre desde el anonimato, a esa Lima que le fue revelada cuando ingresó a la Escuela de Bellas Artes a mediados de los 70, y que hasta el día de hoy retrata, sobrepuesta, multiplicada en todas sus versiones a lo largo de estos años.

"De joven yo me movía entre Barranco y Miraflores. Cuando llegué a Barrios Altos -donde se ubica la escuela- descubrí otro mundo. Empecé a caminar por el Rímac, La Victoria, La Parada. En esos lugares encontré otra luz, otro color, otro sonido, otro todo", recuerda.

Su paso por la escuela lo llevó a conocer al mítico pintor Víctor Humareda, a quien frecuentó hasta su fallecimiento. De él, repite siempre Polanco, aprendió el amor por la pintura.

-¿Cómo así decidió ser pintor?

-Había salido del colegio y no sabía bien qué hacer. Entré a trabajar en el Instituto de Geología, ahí hacía mapas geológicos. Un día leyendo el periódico encontré una convocatoria para nuevos alumnos en Bellas Artes. Entonces yo no pintaba nada, desde el colegio. Así que no es que yo haya sido un joven prodigio, ni mucho menos. Pero ingresé. Los dos primeros años fui alumno libre, porque seguía trabajando. En 1975 tomo la decisión de hacerme estudiante de arte y ahí empieza toda la aventura.

-¿En qué momento surge la amistad entre Víctor Humareda y usted?

-Humareda iba todos los días a la escuela. Lo hacía después de pintar, labor que iniciaba a las cinco de la mañana en su cuartito de tres por dos en el Hotel Lima. Yo lo visitaba ahí dos veces por semana. Nos pasábamos horas conversando. La gente piensa que era un borrachín por cómo andaba vestido y los gestos que tenía. Pero no tomaba más que manzanilla. Si alguien te dice que era un borracho es mentira, o no lo conoció.

LA RABIA Y EL SOSIEGO. En 1981 Enrique Polanco se gradúa de la Escuela de Bellas Artes y realiza su primera exposición. Un par de años después colgaría algunos de sus cuadros en La Catedral, antiguo bar que inspiró el libro del Nobel Mario Vargas Llosa. El mismo lugar donde también se reunían los miembros del movimiento poético Kloaca - la génesis del 'underground' limeño-, que contaba entre sus filas a escritores, poetas y un solo pintor: Polanco.

En una entrevista, el escritor Roger Santibáñez -uno de los fundadores de Kloaca-, reveló que Polanco celebró rabiosamente su ingreso a las filas de la manchita incendiaria que concebía el arte como un acto de rebeldía contra la sociedad peruana. Aquella tarde de 1982, cuenta que algunos miembros del grupo -entre los que se encontraban Domingo de Ramos, Guillermo Gutiérrez y Edián Novoa- salieron sazonados y desatados del bar Wony. Polanco, con una botellita de ron entre las manos, se tambaleaba por las calles del Centro hasta que se cruzó con una procesión en la plazuela de la iglesia San Francisco. Entonces el pintor se metió entre el tumulto de incienso y flores y empezó a rociar el alcohol sobre la cabeza de las sahumadoras, gritando: ¡Mueran, diablos!

-¿Fue cierta es escena?

-(Risas) Es una especie de anécdota que se convirtió en leyenda urbana. No sé si dije exactamente eso, pero sí es cierto.

-¿Cree que actualmente existe rebeldía en el arte?

-Creo que sí. Pero la rebeldía ahora se expresa en gran parte a través de las redes sociales.

-¿Aún se considera un artista que se rebela a través de su obra?

-Yo he sido rebelde de muchas maneras. Cuando era alumno en la Escuela de Bellas Artes no aceptaba que me dijeran qué hacer. Como otros, paraba pintando en la calle. Y aunque los profesores rechazaban ese tipo de trabajos, siempre nos pasaban a todos.

-Después de Bellas Artes y Kloaca vivió cuatro años en China, ¿qué significó esa experiencia?

-China me cambió mucho. Porque cuando me fui -becado en 1984- yo era un expresionista rabioso, de esos que ladran. Y allá encontré el equilibrio, la tranquilidad. Me metí en su mundo. Aprendí de su silencio, que es uno de los pilares que lo sostiene todo, hasta su arte.

-¿Qué es Lima para usted ahora?

-Lima es un arroz con mango. La escenografía de mis sueños y mis pesadillas.

El artista asegura que en sus últimos trabajos se nota un giro en su estilo. Pero que eso no se puede contar, sino que hay que verlo. A esperar noviembre entonces.

ARTE SOLIDARIO

Del 18 al 20 de octubre se celebra la 43.ª Noche de Arte, la exposición más grande de obras de arte peruano contemporáneo organizada por la U.S. Embassy Association (USEA), asociación sin fines de lucro que viene realizando este evento desde 1961.

Son 250 artistas los participantes de esta nueva edición que reunirá 400 obras. Entre los convocados está el maestro Carlos Enrique Polanco, quien exhibirá dos grabados y dos pinturas inspiradas en La casa de cartón, el entrañable libro del escritor peruano Martín Adán.

La cita es en la sede principal del BBVA Continental (av. República de Panamá 3055, San Isidro). Un porcentaje de lo recaudado por la venta de las obras será donado para apoyar proyectos sociales. El precio de las entradas oscila entre S/.15 y S/.60 y están a la venta en Teleticket de Wong y Metro y en la boletería del local. Fotos: Elías Alfageme

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