La ruta de la muerte
La ruta de la muerte

Un olor a kerosene nos abraza. Treinta y cinco grados de temperatura en kilómetros de reiterados abismos. Espeluznante. Irónicamente, belleza absoluta acompaña el curso de la llamada carretera de la muerte que atraviesa la cordillera de Vilcabamba. La selva virgen destapa los sentidos. Pero el contraste es el paso de motos solitarias dejando el inequívoco perfume a kerosene. Es la ruta Kepashiato-Kimbiri, la ruta por donde narcoterroristas apandillados secuestraron hace 72 horas a empleados indirectos de la compañía Transportadora de Gas del Perú.

Aquí nadie habla con ningún desconocido. Mucho menos los trabajadores de la empresa Techint, una de las que da mantenimiento al gaseoducto de Camisea. Pasan por la zona del gaseoducto con sus gafas oscuras y parecen malcriados al no responder el saludo. En verdad no lo son. Se trata de una orden.

El tramo es parte de la nueva ruta Cusco-Ayacucho, que desde hace un año y medio une a Quillabamba y San Francisco, pues nunca tuvieron contacto. Pese a su peligrosidad, no existe un solo puesto policial. Y esto da confianza a los mensajeros de la muerte. Justamente en esta zona todos saben lo que pasó en el secuestro. Pero hay mucho temor y callan la boca por temor a ser tildados de soplones y que los terroristas los maten.

"Acabo de recorrer la zona y me doy con la sorpresa de que los terroristas, tanto así como la llamada banda de Los Municipales, hasta diría se sentían cómodos en los asaltos", percibe el periodista lugareño Ebert Solís. En efecto, los sediciosos, tras perpetrar el secuestro de los empleados, en ningún momento se hicieron llamar terroristas de Sendero Luminoso, pues se hicieron llamar "rondas comunales de protección ciudadana", refiere Solís.

Según dijo, sus integrantes, entre quienes había niños, conversaron con la población y más adelante pasaron el sombrero para pedir colaboración. El mismo método que Sendero Luminoso utilizaba al ingresar a los pueblos.

LOS NARCOS NO LA QUERÍAN. La nueva ruta Kepashiato- Kimbiri era la que menos quería el narcotráfico para evitar la presencia del Estado. Pero, pese a todo, la obra ya se hizo. La culminó la anterior gestión municipal gastando más de 150 millones de soles, qué tal monto.

En realidad no había la fórmula legal de cómo hacerla. Pero el ex ministro de Defensa Antero Flores Aráoz convenció al gobierno pasado de que era un elemento clave para penetrar vialmente en la médula del narcotráfico.El Ministerio de Economía y Finanzas dio luz verde para que la municipalidad de Echarate, entonces bajo la alcaldía de Elio Pro Herrera, haga la obra, pese a que se trataba de un proyecto apolillado del Ministerio de Transportes y Comunicaciones.

La carretera de la muerte parte de Quillabamba, sube por Echarate, y tras ir en paralelo, por unas cuatro horas del río Urubamba, llega al populoso Kiteni, donde el batiburrillo del mercado y su graciosa plaza disimula el campamento del Consorcio Camisea. Pero hasta aquí llegó el Estado. La carretera se bifurca hacia la izquierda, rumbo a las montañas, que separan a la selva de Ayacucho de Cusco.

LOS "NACHOS". Al parecer los "nachos" (los narcos) han ordenado que nadie la circule de noche, a costo de perder la vida. La orden incluye a los policías. Ya se sabe que en esta zona hace poco dieron muerte a varios miembros del orden.Esos sujetos la utilizan para llevar en motos, autos o balones de gas la pasta básica para embarcarla en el Bajo Urubamba en una ruta a Brasil. Cuentan que a los burriers motorizados les ofrecen en pago "quédate con la moto". Algunos son expertos y llevan armas.

El paso a Ayacucho surca el río Cumpirushiato. Es un entuerto bien complicado. Los abismos de hondura de más de 150 metros obligaron a construir hace tres años puentes de hasta 120 metros de largo como el curvado Sangiveni, un elefante blanco que sería lo contrario si no fuera por culpa de los narcotraficantes y Devida, el Ministerio del Interior y otras instituciones que más piensan en fiestas que en potenciar el trabajo ya existente. Muchos de estos puentes millonarios puntean inútilmente la ruta a San Francisco.

La zona se siente virgen y comienzan a aparecer en el camino nativos matsiguengas. Ellos pasan la pista después de atravesar el bosque. La retroexcavadoras de la municipalidad de Echarate limpian los derrumbes constantes, y se entiende el temor que sienten sus pobladores a los "nachos" y "cumpas" fusionados en narcoterroristas.

¿CIELO O INFIERNO?. El punto de mayor altura es Cielo Punku (Puerta del Cielo) que para muchos es la puerta del infierno del VRAE, pues oculto por un manto de nubes dignas de un fresco de Giotto, da sombra a miles de hectáreas de cocales. A veces se ven a los niños tapando las hojas en proceso de secado. El camino de bajada es tenso y bello, comienzan los cacaotales oscuros, abundantes, como pequeños árboles bien cuidados. Es el anuncio de que se aproxima Kimbiri, al último pueblo de Cusco que limita con Ayacucho. La gente mira a los extraños. Pocos bajan a las discotecas bajo el puente San Francisco. Todos aquí saben quién es quién.

La carretera Kepashiato- Kimbiri, difícil, fue un viejo sueño, pero por razones diversas tuvo mucho contratiempo. Basta decir que, en sentido contrario, si uno llega de Lima a San Francisco por la selva de Ayacucho, encuentra el famoso puente sobre el río Apurímac de 220 metros. ¿Por qué hicieron un puente que no iba a ningún lado? ¿Para cutrear? La carretera Kepashiato-Kimbiri, que viene en sentido contrario de la selva de Cusco, empalma justamente con este puente que allana el camino a Ayacucho.

¿Pero realmente se puede impedir el paso por una reciente carretera que costó más de S/. 150 millones de soles? Déjalo correr. Frena tu ímpetu honorable, no saques conclusiones precipitadas, tal es la doctrina de la policía, pues sin armamento adecuado ni personal, ya cuenta varios muertos en este tramo. Guardando distancias, eso es lo que también pasa con el Ejército.

Tras culminarse la carretera de la muerte, Kepashiato-Kimbiri, que tiene 8 metros de ancho, debió seguir el asfaltado, pero esto implicaba asumir nuevamente competencias, pues es una ruta del sistema nacional vial. Pero a Lima le importó poco y la dejó a la deriva, como tierra de nadie, donde la autoridad edil se limita a barrer los derrumbes, aunque su intención fue asfaltarla, con lo que Echarate nuevamente sería la estrella de las inversiones, pues su utilidad daría un impulso sin precedentes a un sector cacaotero que prefiere darse la vuelta al mundo para llegar a Lima con sus productos, que ahorrarse 400 km por esta ruta y arriesgar su carga y efectivo.

Pero al parecer, hasta ahora, la carretera no fue tan tomada en cuenta por el Estado como oportunidad, pese a existir los recursos, pese a sus paisajes de quintaesencia, pese a ser un atajo vial de Lima a Machupicchu, y hoy es un rally diario de autos y motos con tipos de mala cara y de armas tomar, impunes, y a quienes las autoridades ediles y policiales no pueden hacer nada.

Y es que hacerlo implicaría enfrentar al armamento proveído por los más crueles mensajeros de la muerte: el narcoterrorismo. La huella honda de la impunidad sobre la tierra rojiza de la ruta de la muerte ha cobrado ya muchas vidas y al cierre de esta edición 38 empleados indirectos de la TGP, con esposa, hijos y amigos, están secuestrados, otra vez en esta brecha. Ya van tres días, años, como si fueran siglos, si se cuenta cada segundo de ser el centro del blanco de los mensajeros de la muerte.

Para Carlos Canales, presidente de Canatur, el secuestro se produjo lejos de lugares turísticos importantes como Machupicchu, Valle Sagrado de los Inkas o la misma Ciudad Imperial. Sin embargo mostró su preocupación por que se podría malinterpretar la situación y se generalizaría el problema para toda la región Cusco.