A poco de festejarse "El Día de Todos los Santos", las afueras de los cementerios se vienen inundando, poco a poco, de las tradicionales vendedoras de flores, de los limpiadores de nichos, de las personas que lloran aún a sus seres queridos que se despidieron de esta vida, aunque otros los bailan, demostrando de alguna manera el inicio de las velaciones.
A esta fiesta se le denomina "Velaciones" porque las personas velan a sus muertos día y noche, durante los dos días (1 y 2 de noviembre) que alcanzan estas festividades.
EL RECUERDO. Caminando entre los pabellones de los cementerios, veo el reflejo del incesante y cansado ejetreo que representa velar a un ser querido, pues los preparativos no son de una noche anterior, sino de varios días antes, para que el primer día de las velaciones se pueda dar un saludo apropiado al que ya no está en esta vida.
El recuerdo de velar a una persona incluía amanecerse conversando, acompañándolo con velas "interminables", y rememorar lo que más disfrutaba esa persona en vida.
Como dice la tradición, en algunas ciudades se festeja bailando y tomando cerveza, en completa algarabía para no caer en el triste recuerdo de la pérdida.
PARA TODOS. "¿Le limpio el nicho de su muertito?...", escucho preguntar a un niño mientras me acerco a otros pabellones. El pequeño lleva una escalera que ciertamente es mucho más pesada que él, pero que carga con convicción, a sabiendas que con ella podrá llevar algunas monedas a sus hermanos más pequeños.
Los aludidos levantan la mirada para saber quién les habla... Y se complementa de forma casi perfecta la aparición de una ayuda no solicitada pero siempre bien apreciada...
EL ADIÓS. El camino es largo y enrevesado. Y a cada paso, nuevas historias se aprecian, muchas veces sólo mirando los rostros de los que hace mucho fueron más felices, antes de perder a un ser querido.
Unos pasos más allá, se escucha el coro "cumpleaño feliz".
Al rededor del nicho, una familia cantaba, entre emotividad y melancolía, el primer cumpleaño de una niña que no llegó a ver esta vida después de salir de la protección natural de su madre.
"Feliz primer añito, Lucerito de los Milagros", dice una joven madre, en el pabellón San Gabriel del cementerio Arcángel (ex Metropolitano), con una torta en sus manos, en clara fiesta a la pequeña, aunque ya no se encuentre entre los vivos desde hace mucho.
TRADICIONES. La tradición manda que las velaciones se realicen toda la noche. Incluso, si era una joven la que moría, los familiares repartían entre los que vivían cerca a la casa, las populares roscas de muerto. Si un niño era quien había perdido la vida, se regalaban los "angelitos", dulces que deleitaban a todo aquel que las probaba, y así se era llamado a unirse para recordar al pequeño que se despidió de esta vida.
Y hasta existe la creencia de que no se puede velar un muerto si no ha pasado aún el primer año de su fallecimiento...
Los familiares sólo coronan los nichos y se retiran, conversando bajo, entristecidos por la pérdida.
CON EL TIEMPO. No obstante, muchas de estas tradiciones se han extinguido con el tiempo, siendo mutadas y modificadas para dar "comodidad" a los que llegan a velar.
Las velas, que se convirtió en un negocio redondo para algunos en otros tiempos, fueron ahora "suplantadas" por focos eléctricos o recargables, dando a los cementerios una apariencia de una nueva ciudad emergiendo entre sollozos y cantos; pocas son las personas que pernoctan en las tumbas toda la noche para velar; las carpas que se armaban para guarecerse del frío, fueron reemplazadas por las estructuras de material noble, en las que se cobijan más familiares del dueño de la tumba.
CADA AÑO. En este interminable negocio en el que se está convirtiendo cada año "la fiesta de todos los santos", han nacido nuevas formas de saludar y despedir al que ya no está entre nosotros.

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