La escena se repite una y otra vez cada fin de semana. Son casi las dos de la madrugada y en la puerta de una conocida discoteca de 'ambiente' del Centro de Lima, dos amantes pasajeros cruzan miradas y palabras por primera vez. Las risas se suceden una tras otra. Se toman de las manos y con ello acaban de firmar un pacto. Lo que sigue es una andanada de caricias y besos. Un juego de seducción que terminará, inevitablemente, en el acto sexual. Pero sorpresa, sorpresa, este no se lleva a cabo en una desangelada habitación de hostal. No. Ahora son automóviles con lunas polarizadas los que acogen a estos amantes furtivos. Hoteles rodantes estacionados estratégicamente frente a las más concurridas discotecas gays del Centro de Lima. Un negocio redondo que, definitivamente, marcha sobre ruedas.

Huele como a espíritus jóvenes. Cuadra nueve del jirón Camaná. Es de madrugada y el frío arrecia sobre la capital, pero eso parece no importarles a los protagonistas de esta fábula de amores insospechados. La música retumba al interior de la discoteca de 'ambiente' y no son pocos los que deciden salir a la calle a respirar algo de aire, a fumarse un cigarrillo, a mirar la vida pasar por sobre las veredas de este oscuro rincón de Lima. Y la vida se dibuja en las miradas de osados jóvenes que vigilan cual lobos vagabundos los exteriores de estos locales, atléticos mozuelos que apenas rozan la veintena, pero que se saben ganadores ante los ojos de los cientos de homosexuales que abarrotan los bares y discotecas de ambiente del Centro.

Y el negocio es simple. Basta con trabar amistad y ganarse la confianza de alguna 'chica' para ofrecerle sus servicios sexuales a cambio de algunos pocos soles. Jóvenes veinteañeros, algunos con aspecto de soldados o licenciados de las fuerzas armadas, se apelotonan en los alrededores de las discotecas gays y regalan sus mejores caras, sus mejores sonrisas a un grupo de coquetos homosexuales que, inevitablemente, caen rendidos a sus encantos. El trato está cerrado y hasta acá no hay nada nuevo sobre el horizonte, pues el negocio de la prostitución clandestina es tan antiguo como la humanidad.

Amor sobre ruedas. El panorama en los alrededores parece ser el mismo, salvo por la presencia de dos automóviles con lunas polarizadas, estacionados exactamente frente al ingreso de la discoteca. Un sujeto de porte militar vigila los automóviles mientras se fuma un cigarrillo. Con él están otros dos muchachos, quienes gastan el tiempo fastidiando a los parroquianos. De pronto, una pareja desciende del automóvil y camina de regreso a la discoteca. Y precisamente este mismo vehículo acogerá a los protagonistas de nuestra fábula de amores insospechados. Ambos ingresan cogidos de la mano y sus siluetas se pierden en medio de la negrura de los vidrios. Lo que ocurre dentro del vehículo es una de las tantas historias que se repite todos los fines de semana no solo en la cuadra nueve del jirón Camaná, sino también en los alrededores de los jirones Washington y Rufino Torrico, donde se ubican las más grandes y concurridas discotecas de ambiente del Centro de Lima.

A bajo costo. Y es que el oscuro negocio de la prostitución masculina ha sumado un nuevo 'gancho' a su variada oferta: los llamados hoteles rodantes. Así como lo lee: automóviles acondicionados para encuentros fugaces. Auténticos templos de los 'choques y fuga', cuyas principales ventajas son su cercanía a las discotecas, la privacidad y lo más importante: su bajo costo, pues a diferencia de un hotel de diez o veinte soles que el cliente está obligado a pagar, aparte del servicio sexual, esta habitación rodante está incluida dentro del pago a los llamados 'fletes'. Una ventaja comparativa a la que estos jóvenes le sacan el jugo las madrugadas de todos los fines de semana.