ADVERTENCIA: LAS IMÁGENES PUEDEN HERIR LA SUSCEPTIBILIDAD DE PERSONAS SENSIBLES

Con sus dos columnas de estilo griego en la puerta de entrada, la Morgue Central de Lima tiene la apacibilidad de una casona limeña de fines del siglo XIX. Pero ya en el recibidor, las cosas en este edificio que ha estado allí por 123 años parecen acelerarse de pronto. Hombres y mujeres con mascarillas y mandiles transitan con paso apurado, en una cotidianeidad vital que hace contrapunto con una realidad irónica: la muerte. Aunque no solo eso, sino la muerte en sus formas más complicadas, dolorosas. Asesinados, suicidas, atropellados, hombres y mujeres que vieron sus vidas diluirse sin tener a nadie que los llore. Todos ellos terminan en manos de profesionales médicos y científicos para quienes la relación con el cuerpo humano es una cuestión de trámite y no esa presencia sensible que nos afecta a quienes vivimos en el mundo de lo vivo y ordinario. "No es que no sintamos pena por la muerte, pero nuestro trabajo es así, y es científico", se apura en precisar un médico legista mientras dispone sobre una mesa de acero quirúrgico una sierra con la que tendrá que abrir el tórax de un cuerpo y leer en los órganos vitales la razón por la cual la muerte pegó una visita sin precisar sus causas.

Lee la crónica completa en la edición 163 de la revista Correo Semanal. Fotos: Elías Alfageme