Un acto de fe detrás de los barrotes. Una oración pidiendo libertad, aceptando sus errores. Los internos del penal Miguel Castro Castro cargan las andas de la imagen del Señor de los Milagros. Es una réplica hecha por ellos mismos y recorre los pasillos de esta prisión una vez por año. Su presencia es una fiesta de fervor religioso: le lanzan picapica, le cantan, le rezan, le ofrendan gigantografías. Le avientan globos de color morado y blanco, adornan los pasillos de la prisión con cadenetas y otras imágenes de santos católicos y populares. Llenan el ambiente de incienso, de palo santo, y también piden el improbable prodigio de la libertad. "Yo solo quiero que mi padre tenga un año más de vida", suplica Víctor Salazar, un joven reo del pabellón 6-A que reza con las manos juntas y los dedos entrelazados. Su padre se muere de un cáncer. A él le quedan 12 meses de encierro. "Quiero pasar sus últimos días con él".

Víctor se esperanza. Su familia le comenta que su viejo camina, que ya da algunos pasos, que se alimenta. "Enfermo que come no muere", se aferra. "Hay que tener fe, mi 'brother'", advierte y sigue rezando.

"Durante su encierro, ellos se aferran con mucha fuerza a la religión", asegura el capellán Miguel Parets, aunque en su lenguaje llame a los internos "caneros". Tal vez es su forma de sentirse más cerca, y ellos lo aceptan. Qué les queda. Y es que algunos deben cumplir cadena perpetua, otros aguardar que la justicia les dicte sentencia. Son reos que han conocido el lado más lumpen, han permanecido en otros penales, tienen uno o más ingresos. Han sido bravos y quizá lo siguen siendo, aunque aseguren que se arrepienten en el alma de sus errores, por los cuales oran, por los que piden un milagro.

Durante el recorrido también están los internos que buscan justicia y niegan los cargos en su contra, los que aceptan sus errores y pecados, los que piden una nueva oportunidad y quienes rezan por sus familias en la calle. Están quienes se aferran a la vida, los que piden por su salud. Uno de ellos lleva mascarilla en la boca y flores en la mano. Pide fuerza. Tiene TBC y VIH. Es consciente de que no le queda mucho tiempo de vida. Los policías lo ayudan a permanecer cerca a la efigie. "Que las pastillas me ayuden", susurra, flaco, enjuto, casi sin fuerzas.

NUEVA TRADICIÓN. El Señor de los Milagros es una pequeña imagen de dos metros y medio de alto por dos de ancho. Durante el año permanece junto a las oficinas administrativas del penal y cada 18 de octubre visita los pabellones como símbolo de esperanza. La tradición inició en 2008 y los cerca de tres mil internos que participan, para esta fecha, se preparan con misas semanales y catequesis que imparte el capellán. Una semana antes pintan sus pabellones, los adornan, los dejan listos para el recibimiento. La Hermandad organiza los homenajes. La administración se encarga de conseguir una orquesta musical, que se ocupa de tocar el himno del Cristo Moreno.

"Yo solo agradezco por un año más de vida", confiesa Luis Alberto Ninatay, jefe de las cuadrillas.

"A mí que se me cumpla el deseo de volver a México, mi país, para ver a mi familia", cuenta Ignacio Madrigal, secretario de capellanía.

"Libertad": Esa es la palabra que se repite entre sus oraciones. "¿Qué más podemos pedir?", se pregunta Ricardo, quien está preso en la zona conocida como Venusterio y espera que la condena -al terminar su proceso por tráfico ilícito de drogas- no sea tan drástica como para terminar de arruinarle la vida: él quiere volver a la tienda de venta de películas en DVD que dejó en Lima Norte, ver a su hija, alentar en la tribuna a la 'U'.

"Recién ahora me doy cuenta de que eso era felicidad", reflexiona, ya sin mucho por hacer y mirar: rejas altas, paredes opacas y cerros que no permiten imaginar que solo a unas cuadras está la libertad. Al menos hoy reciben la visita del Señor de Los Milagros. Por un día la sensación de paz los acoge. "A ver si se hace una 'el negrito'", dice, recordando su barrio, su moto, los amigos y la cerveza. Se esperanza en el milagro de salir pronto. Ya se sabe, la procesión va por dentro, y la fe no es prisionera de nada ni de nadie. Fotos: Christian Salazar