Opinión: Salvoconducto huancavelicano
Opinión: Salvoconducto huancavelicano

Estuve en Huancavelica, camino a Caudalosa, no sé si la grande o la chica. Viajé solapa, ni como ingeniero ni funcionario. Eran tiempos de Sendero Luminoso, de aleteos de ahogado, de furia espantosa desatada con perversidad, de bala y dinamita advirtiendo el terror que no olvidamos.

En ómnibus, el ensueño acabó después de Izcuchaca. Cuesta arriba ni una torre eléctrica de pie, haciéndose imagen de fierros retorcidos. En Huancavelica, una camioneta de la minera esperaba para llevarnos más adentro. Acabada la comida el apagón interrumpió la noche con tremendo estruendo tan común en esos días. El desayuno me enteró que una torre en pie dejó de ser. Hice mi trabajo y por fortuna una camioneta volvía a Huancavelica. Me acomodaron advirtiéndome: “Sin salvoconducto no saldrá de la ciudad”.

Embarcado en ómnibus hacia Huancayo desatendí la prevención. Al minuto, avistamos la garita de control, cerrada como la de Huamachuco a las siete de la noche. Nadie entra, nadie sale. Al soldado, recogiendo salvoconductos de pasajeros, mis argumentos no valieron y me bajaron del bus. Al soldado custodiando indocumentados le pedí me permitiera hablar con el “encargado”. “Manténgase en fila señor”, me dijo alertando su arma. Me dije entonces: “Quién nada tiene nada teme”, haciéndome la idea de unos días en cuartel, sin embargo; insistí: “No puedo andar con identificación…” El soldado bajó su arma y presuroso trajo al oficial a cargo. Éste se cuadró solapa devolviéndome a mi asiento.

De regreso hacía Huancayo miraba de reojo las miradas perplejas de los pasajeros. Gran error. Si algún cumpa - perfectamente identificado con salvoconducto - hubiera visto el gesto del militar y mi regreso al autobús, habría sospechado que era militar o policía, como tantos que, por entonces, caminaban por plazas y calles huancavelicanas en ropa de civil con arma en mano.

Tiempos de horror. La violencia convertida en espiral interminable hasta cuando Abimael Guzmán fue presentado en traje a rayas. En medio de incredulidad el mundo vio al cabecilla de la maldad autor de tantos muertos, secuestros, violaciones, extorsiones, viudas y huérfanos. Si la memoria es frágil y confusa, hechos de violencia podrían repetirse en Perú.