Su piel lleva las huellas de su mente. No lo puede evitar. Una calavera en el brazo derecho le recuerda que el hombre es tan mortal como cualquier otra especie sobre la Tierra. Un corazón de piedra que se quiebra en su muñeca izquierda le revela que pocas veces ha llorado por amor. Un ángel en la pantorrilla le demuestra la importancia de la mujer a lo largo de sus 37 años. Un símbolo oriental que grita "arte" sobre su espalda le describe en una sola palabra todo el sentido de su vida. Su rumbo.

Detrás de un cordón de terciopelo tatúa Stefano Alcántara. En el exclusivo estudio privado de tatuajes, que acaba de inaugurar en La Molina en enero, aquel cordón rojo separa al espectador de la zona de trabajo del artista. Lo rodean los retratos que pintaba su bisabuelo a inicios del siglo XX, el pintor José Alcántara La Torre, una pared de ladrillos desnudos, una araña de cristal que pende desde lo alto. En las próximas seis horas Stefano entrará en trance. Todo lo que se oirá será una música de fondo y la vibración obsesiva de una máquina de tatuar.

"Este estudio no es abierto al público, así hay menos distracciones. Solo atiendo por citas, a una persona por día. La sala de espera lleva una exposición que irá variando con los meses. Esta vez está la obra de Conrad. Y arriba hay cuartos para alojar a los tatuadores internacionales invitados que irán llegando hasta aquí. Esta es mi forma de traer al Perú todo lo que he vivido fuera", cuenta Stefano, mirando cómo las agujas entran y salen de la piel de su cliente, formando de a pocos la silueta de tres relojes antiguos sobre su hombro. Fotos: Miguel Paredes

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