A los 16 años Aurelia sabía que iba a morir. Había viajado a pie y sin zapatos durante tres días entre el frío y la canícula del ande.
-Chica, Pishtaco es ¿le has visto? -le susurró su amiga a Aurelia.
Se alojaron en una tienda al pie de la carretera en las afuera de la provincia de Jauja. Eran las 7 de la noche. Mientras conversaban a un lado de la casa, ingresó un tipo alto, totalmente cubierto de negro y subió al segundo piso.
-¿Y me va a matar, o qué? -preguntó Aurelia.
-Sí -dijo asustada la otra.
En realidad no solo la iba a matar, luego iba a cortarla y aprovechar su grasa para venderla y abandonar su cuerpo en algún abra de las cumbres.
HISTORIA. La leyenda de los pishtacos era muy temida en el ande y a sus 16 años Aurelia de la Cruz Llanto ya imaginaba lo peor. 72 años después, la valiente anciana todavía vive para contarlo. La encuentro en la puerta de su casa en el centro poblado de Usibamba a una hora de la provincia de Chupaca, región Junín. Aurelia ha dedicado su vida entera al ganado, salía por la mañana hacia el cerro o la quebrada, llevando a alimentar a sus carneros. Allí a veces tenía que dormir si la lluvia la sorprendía, apretujada con la lana de sus animales. Allí también vivió las historias más increíbles.
-Mamacha, aquí hay un hombre, con su casaca negra -le dijo otra pastora la segunda vez que vio a un pishtaco. Estaban en la quebrada de Chupalpo, el viento soplaba, todo era silencio y detrás de una roca apareció el tipo.
-Agarra piedra hija, será pishtaco -le dijo Aurelia y salieron corriendo empujando a sus carneros. La anciana de 88 años baja la voz cuando dice pishtaco, como si todavía temiera, como si ese ser asesino nos escuchara mientras conversamos décadas después.
MATRIMONIO. Ella se casó a los 17 años con Feliciano Inga y desde aquella fecha nunca se movió de Usibamba. El lugar está ubicado en un cerro rodeado de silencio y allí solo siembran una vez al año porque no tienen más forma de riego que la lluvia. Cuando se desbordó la laguna de Chalguacocha, la gente corrió a esta loma para salvarse y aquí se quedaron, me cuenta.
Luego de casarse, Aurelia vio la cabeza con trensas de una mujer, volando. Vivía en la plaza del pueblo, su vaca había dado una cría cuando un ruido le llamó la atención. Rajajaja, decía. Cuando veo por la ventana, con trensas una cabeza estaba en el techo. Luego kikic, kikic, veo que por la calle veía revolcándose un hombre. "Qué es eso", le pregunté a mi esposo. "¡Cállate!, es el alma de un hombre". El relato de Aurelia es fantástico, pero lo dice serena, segura, como si todavía estuviera viendo la cabeza y abrazara a su marido embargada por el miedo. El relato del condenado es muy conocido en la sierra. Hombres ávaros que murieron escondiendo un tesoro y que vuelven del más allá porque su alma no puede descansar. Aurelia se lo contó a un profesor jaujino que vino a visitarla semanas después. A eso se le captura con la soga de tu ganado, sino se para en tu hombro y se une a tu cabeza, le dijo. Se ríe cuando me lo cuenta, sabe que eso ya es poco creíble pero su mirada me dice que así pasó, ella no lo inventa.
FIN. A Usibamaba le rodean otros pueblos: Chaquicocha, San José de Quero, Yanacancha, Jarpa y otros, separados por uno o dos cerros en el límite entre las provincias de Chupaca y Concepción en la región Junín. Este es el lugar del ganado, no siembran porque el agua que pasa por los dos ríos no logra subir hasta el pueblo.
Todas las familias sin excepción son ganaderas. Tampoco les queda otra opción por la exigencia de la naturaleza. La mayoría está al lado de sus vacas, en los cerros, como Aurelia, guardiana del campo, amiga de la soledad.