Hace veintidós años se me encargó la difícil tarea de desarrollar y ejecutar en el país un programa económico que ponga freno a la irresponsabilidad y al desorden que heredamos del gobierno anterior. El 18 de julio del año 1990, en conferencia de prensa, el presidente electo Fujimori anuncia mi nombramiento como presidente del Consejo de Ministros y ministro de Economía. Desde ese momento, hasta el 14 de febrero de 1991, fecha de mi salida del gabinete, me tocó desarrollar un trabajo muy intenso, y por momentos muy desagradable, por las severas medidas que se tomaron, pero de cuya necesidad ha dado testimonio la Historia, pues pusieron a nuestro país en el camino del desarrollo, donde se encuentra hoy día, después de 22 años de enorme sacrificio e inmensa dedicación del pueblo peruano. No me hizo feliz el entregar un programa de ajuste tan duro, pero ello era necesario para lograr enmendar la ruta equivocada que llevaba nuestro país.

La gravedad de la situación económica y social era de tal magnitud, que pensar solo en una corrección económica hubiera sido imperdonable; era necesario organizar un programa de emergencia social. Fue realizada por el aporte humano de diez instituciones privadas que aumentaron, con la ayuda del gobierno, su permanente atención hacia los más necesitados. La Caja Fiscal aportó cinco millones de dólares semanales al grupo de trabajo. Este dinero fue destinado a la atención de los más necesitados, a pesar de la enorme estrechez de los dineros públicos que en ese momento mostraba el erario nacional. Sirvió para comprar alimentos y poder atender a casi siete millones de personas diariamente.

El 8 de agosto de 1990 se dio inicio al "Programa de Estabilización Económica", que hice público en mensaje a la Nación sellado con la invocación al Altísimo: "Que Dios nos ayude", y que impactó pacíficamente en el pueblo, que supo reaccionar con comprensión y trabajo. Con toda seguridad, el Perú no estaría en las condiciones de crecimiento y de solidez económica frente a la actual crisis mundial, y tampoco tendría un futuro promisorio como el que se tiene y se proyecta, si el país no hubiera corregido el caos existente hasta ese momento. La aurora nace de la sombra y el futuro es esfuerzo común.

El entusiasta en la acción, más aún cuando protege y fomenta bellos ideales, es siempre preferible al indeciso o dubitativo que teme el error. El decidido sabe que el bienestar del pueblo está bajo la responsabilidad de las mentes creadoras y de los trabajadores que diariamente prestan su esfuerzo para el crecimiento del país. En ambos casos, los líderes deben mostrar su entusiasmo, pues sin él no hay servicio a los ideales. Las empresas difíciles y las causas justas siempre contienen rasgos de osadía, de valentía y de entrega.