"Zorba El Griego", bailando  con Abimael
"Zorba El Griego", bailando con Abimael

"Señor, mis sollozos llegan hasta ti. ¿Por qué hiciste el pecado tan dulce y la carne tan débil? ¿Por qué creaste la primavera, el vino, la mujer? Sobre todo ¿Por qué...dado que los creaste... no nos permites gozar tranquilamente de ellos?"

Niko Kazantzakis (Lamento de Lot en "Sodoma y Gomorra")

"Zorba El Griego" para muchos en el Perú es una danza popular griega que evoca una noche de juerga del líder subversivo Abimael Guzmán y el comité central del Partido Comunista Sendero Luminoso.

Ebrio de alcohol y de culto al ego, el barbado "presidente Gonzalo" festeja el final de un congreso partidario y danza rodeado de embelesados acólitos en una casa del barrio residencial de San Borja. Corría el año 1989 y en las calles de Lima estallaban los coches-bomba y caían asesinados jefes militares, policías, autoridades del gobierno.

El vídeo con las imágenes de la fiesta cayó en manos de la policía tres años después, en 1991, y fue visto profusamente en la televisión. Por primera vez, la policía peruana pudo conocer el rostro verdadero del jefe terrorista y de sus principales colaboradores. Al año siguiente Guzmán y gran parte del comité central de Sendero fue atrapado.

No es extraño entonces que la hermosa danza griega tenga para algunos un toque de aliento terrorista. Nada más injusto para Mikis Theodorakis, el famoso compositor griego que la creó explícitamente como banda sonora de la película "Zorba El Griego" (1965), dirigida por Michael Cacoyannis y protagonizada por Anthony Quinn y Alan Bates.

Pero hay que decirlo de una vez. A pesar de su éxito en la época, la película no es sino una versión pálida de la gran novela "Alexis Zorba El Griego", una de las obras maestras de la literatura del siglo XX, escrita por el cretense Niko Kazantzakis (1889-1957). Se publicó por primera vez en 1946. Es probablemente la obra más difundida de la literatura griega contemporánea.

Con siete décadas encima, escrita durante la Segunda Guerra Mundial, en una época en que rivalizaban tres sistemas contrapuestos en el mundo, socialismo, fascismo y capitalismo, podría parecer un texto envejecido y caduco. ¿A quién podría importarle una novela escrita en la primera mitad del siglo pasado? ¿Qué cosas puede aportar a las generaciones del siglo XXI, formados en un mundo tan distinto al del escritor griego? Son algunas de las preguntas que no pude evitar antes de acometer su lectura hace diez años. La traducción que tengo es de la editorial Carlos Lohlé, impresa en España en 1973.

Y bien. No es un best seller de consumo masivo del tipo "Cincuenta Sombras de Grey", "El Código Da Vinci" o una de esas novelitas ligeras de Jaime Bayly o Beto Ortiz que se leen de un tirón y se desechan una vez usados. Es literatura con mayúsculas, con todo lo que esto implica, es decir puede resultar algo pesado para lectores con poco training, pero me atrevo a decir que esta novela -que no es histórica, rosa, de acción, psicológica ni policíaca-, sino filosófica, es ágil a pesar de su robustez, entretenida no obstante su aparente seriedad; vital, juvenil pese a la sabiduría de viejo que emana de su escritura.

En mi opinión la novela de Kazantzakis no ha perdido ni la frescura ni el espíritu juvenil que la anima ni la vigencia de los temas que explora: el eterno conflicto entre el espíritu y la carne, el verdadero sentido de la libertad individual, la dicotomía entre razón e intuición, la fuerza de la pasión frente al dominio de sí mismo, la acción frente a la contemplación, el compromiso o la indiferencia. Pero dicho así parece muy aburrido.

La trama se basa en el encuentro de dos hombres muy diferentes, antitéticos, cada uno con una concepción del mundo y de la vida opuestos y que, no obstante, comparten una común aspiración de libertad, entendida a la manera de cada uno, y logran construir una amistad entrañable y fructífera en términos de crecimiento espiritual.

Por un lado, Zorba, un sólido sesentón de clase trabajadora, ávido de vida, impulsivo, burlón y sensual, delicado amante con las mujeres, un hombre elemental sin libros ni academias, casi un analbafeto y que, sin embargo, sin sospecharlo siquiera, encarna las concepciones filosóficas de Federico Nietzsche y Henry Bergson, nada menos.

Las conceptos bergsonianos de la glorificación de la intuición y el instinto, capaces a su juicio de hacer conocer todas las cosas en su esencia; los conceptos bergsonianos de la libertad, la posibilidad para el individuo de volver a encontrar su yo profundo rompiendo la caparazón de los hábitos aprendidos; la exaltación de lo dionisíaco en Nietzsche, del ímpetu vital y el disfrute de los goces de la vida, son moneda corriente en la vida sencilla de Zorba.

En el lado opuesto Basil, un joven escritor desorientado de trienta años, mitad inglés mitad cretense, formado en Inglaterra y Europa y que retorna a la remota isla para explotar una mina familiar de lignito, pero sobre todo para intentar hallarse a sí mismo. Basil es el prototipo del intelectual libresco incapaz de una acción irreflexiva y para quien la libertad consiste en el completo dominio y control de todas las pasiones. Un devorador de libros, una rata papiróvora, un cagatintas como lo apodaba el mejor de sus amigos, intelectual y hombre de acción.

"Me encontré con él por primera vez en El Pireo. Había bajado yo al puerto para embarcarme con destino a Creta. Era un amanecer lluvioso. Soplaba fuertemente el siroco ;hasta el cafetín portuario llegaban las salpicaduras del oleaje". Así comienza el relato de Basil, mencionando a Zorba desde la primera línea.

El encuentro ocurre en el cafetín portuario donde el bisoño escritor aguardaba el cese de una tormenta. "Un desconocido, aparentemetne sexagenario, de muy alta estatura, seco, de ojos desencajados tenía la nariz apegada al vidrio y me miraba (...) Lo que me causó mayor impresión fueron sus ojos; burlones, ávidos, fulgurantes".

No tarda en aflorar el filósofo que es Zorba sin saberlo cuando define su concepto de "la razón humana". "Tú conoces la historia de la molinera ¿no es cierto? ¡Pues bien! ¿Acaso el trasero de la molinera sabe ortografía? Ahí tienes: el trasero de la molinera es la razón humana."

"Yo había leído - reflexiona el narrador-, muchas definiciones de la razón humana. Ninguna me causó mayor estupor de ésta. Me gustó. Miré a mi nuevo compañero con vivísimo interés. Tenía el rostro cubierto de arrugas, carcomido, como si se lo hubieran roído las borrascas y las lluvias".

Pues bien, se embarcan ambos, patrón y trabajador, a la isla de Creta donde el joven inglés emprende la explotación de una mina cuyo éxito comercial ciertamente no le importa demasiado. Está más interesado en escribir una biografía de Buda y, en realidad, en la búsqueda de su propio camino vital.

El autor involucra además al lector, a través de logradas descripciones, en la belleza natural de Creta, en la vida rural de una comunidad anclada en el pasado.

Fracasado el proyecto minero llega el momento de la separación. La noche anterior a la partida,Basil y Zorba sostienen un diálogo doloroso. Zorba reprocha fraternalmente la prudencia temerosa de Basil, su incapacidad para arriesgarlo todo, de romper la cuerda que lo sigue atando a la inacción. Cuestiona su búsqueda obsesiva e interminable de respuestas a los enigmas de la condición humana y del universo.

"¡Tú entiendes y por eso no hallarás nunca paz! -lo encara-, Si no entendieras serías dichoso. ¿Qué te falta? eres joven, tienes dinero, gozas de buena salud, eres inteligente, de buena índole. ¡Nada te falta, rayos! A no ser una cosilla única: un grano de locura. Y cuando eso falta, patrón..."

Un grano de locura, sin duda conjugado con responsabilidad, nos hace falta a muchos, anquilosados en la rutina del conformismo.