A manera de adelanto, Diario Correo presenta un fragmento del cuarto capítulo:
Extracto del capítulo 4
(Víctor Raúl: La historia)
Pintura. Alan García posó para Oswaldo Guayasamín.
El periodo de 1960-1964 reunió años de conflicto adolescente sumado a la construcción de la pasión política, y esta era compartida y ardiente. El 18 de julio de 1962, día del golpe militar del “veto” contra Haya de la Torre, nos reunimos diez alumnos en el local distrital del partido. No podíamos limitarnos a ser espectadores; asumíamos que el país aprista se levantaría contra esa injusticia y acordamos con sinceridad adolescente hacer algo: tomar el local de la comisaría policial de Barranco y con sus armas bloquear el paso de la cercana Escuela Militar de Chorrillos. Nos separamos, llenos de convicción, con el compromiso de reunirnos a las nueve de la noche en el mismo local. Yo sustraje una pequeña pistola de calibre 22 del armario de mi padre, Huamán llevó un revólver de mayor potencia, Eyzaguirre consiguió un fusil sin cerrojo usado en los desfiles del colegio; todos cumplieron esa cita con el destino, tal como lo habíamos jurado. De pronto, llegó el profesor de Matemáticas Armando Dávila, quien, sobresaltado, nos habló de lo inútil del proyecto. Yo recordaría por siempre sus palabras finales: “No se desesperen; hay que confiar en el triunfo del partido”.
En cada momento duro —aún ahora—, siempre lo he repetido porque creo en el rol histórico del aprismo: “Hay que confiar en el triunfo del partido”. Tarde o temprano. Pero esa noche se frustró lo que pudo haber sido un hermoso acto romántico de los adolescentes apristas. En mi existencia he imaginado, siempre, la muerte heroica como un paso trascendente a la gloria, normalmente negado a quienes viven mucho. Si en esa ocasión, alguno de nosotros hubiera muerto, formaría parte del panteón de los inmortales; si al cesar el pago de la deuda en la lucha contra Sendero, o en la noche del asalto a mi casa de 1992 hubiera muerto, la historia sería distinta y no habría concedido tanto tiempo a la maldad. Es cierto, uno se dispone, aunque la decisión final la tiene el destino, pero deja paso para que vuelva, siempre y al final de los años, la pregunta homérica al rey de Troya: “¿De qué te sirve, Príamo, haber vivido tanto?”.
Retorno. Al volver al Perú en 2001, Alan García dio un mitin en la plaza San Martín.