Una época de la historia del país se cerró ayer intempestivamente. Todo empezó cuando al promediar las 6 y 20 de la mañana una bala arrancada por el impulso del desasosiego atravesó el cerebro de  en el instante más convulso de su vida.

No era un día común y García lo sabía. Veinticuatro horas antes, el expresidente había dado varias entrevistas para defenderse de las acusaciones que lo acechaban y lo acercaban a una prisión inminente que su trayectoria protagónica no estaba dispuesta a sobrellevar.

El país aún despertaba y nacía el 17 de abril cuando la bala noticiosa del intento de suicidio de Alan García recorrió las redacciones, las redes sociales y los WhatsApp como un insaciable reguero de pólvora: no ha muerto, está en estado crítico, su vida pende de un hilo. Eso disparaban los comentarios desde todos los flancos. Entonces, el foco de atención de un país se volcó impertérrito hacia el Casimiro Ulloa.

No hubo que esperar mucho. Luego de tres paros cardiorrespiratorios, en medio de la expectativa nacional -seguro como él lo había buscado-, a las 10 y 15 de la mañana, Alan García Pérez, el simpático y verborreico diputado que irrumpió en 1985 como un volcán incandescente en la política nacional, había apagado su existencia. Tenía 69 años y a sus pies la atención de un país estupefacto.

SU MUERTE

Fue el fiscal Henry Amenábar Almonte el que, muy temprano, tocó la puerta de la residencia de García, en la calle Manuel de Freyre Santander 121-131, en la urbanización El Rosedal, en Miraflores. Seis efectivos de la División de Investigaciones de Alta Complejidad (Diviac) de la Policía Nacional lo acompañaban.

Una empleada doméstica abrió la puerta y solicitó la identidad de las autoridades. “Soy el fiscal Amenábar y tengo una orden de detención”, habría informado el representante del Ministerio Público en el momento de su incursión.

A partir de aquí, la información más fidedigna señala que el expresidente, al conocer el inicio de la diligencia, bajó del segundo piso, donde se encontraba su habitación, hasta el rellano de la escalera. Enseguida, respondió que iba a llamar a su abogado y volvió sobre sus pasos. Ingresó a su recámara, donde había estado, y ejecutó su suicidio.

Una versión similar, pero con algunos matices, narró Ricardo Pinedo, secretario personal de García. Afirmó que cuando baja la escalera, el expresidente le pregunta al fiscal qué procedimiento quiere hacer con él. El magistrado le pide que termine de bajar al primer piso porque “tenía unas copias para iniciar un procedimiento”. De acuerdo con este relato, el fiscal se niega a responder. Tras ello, García sube a su habitación.

En cualquiera de los dos casos, al escuchar el disparo, los agentes de la Diviac suben y fuerzan el ingreso al dormitorio. Lo que encuentran es la aterradora imagen de García sobre su cama entre un charco de sangre. Por la posición del cuerpo, el arma fue percutada con él sentado al borde de la cama. Habría colocado la pistola a la altura de su sien derecha, en forma horizontal. La bala penetró en su cabeza y salió por la zona del parietal izquierdo. Según la tomografía tomada por el Casimiro Ulloa, el fuerte impacto hizo que el cráneo de García virtualmente se partiera en dos.

Según fuentes cercanas al líder aprista, este tenía licencia vigente para portar armas y tres estaban a su disposición. Una de ellas le había sido obsequiada por la Marina de Guerra del Perú y llevaba su nombre completo. Esta habría sido la escogida para el disparo fatal.

TIEMPOS DIFÍCILES 

La muerte de García ha abierto un signo de interrogación sobre la voracidad legal de los fiscales del Equipo Especial. La verdad es que son conocidos los excesos cometidos en los últimos meses por Rafael Vela Barba y José Domingo Pérez, pero la de Alan García ¿es una muerte que deben cargar sobre sus hombros? La respuesta es no.

La realidad muestra que era cada vez más estrecho el cerco para identificar al verdadero beneficiario de las millonarias coimas de Odebrecht en el caso de la Línea 1 del Metro de Lima y la Interoceánica Sur.

Según Antonio Carlos Nostre, el monto total de las coimas por el Metro de Lima rebasó los $24 millones. De ese total, $8.1 millones pasaron por las cuentas del exviceministro de Comunicaciones Jorge Cuba, pero otra parte había llegado hasta Luis Nava, su hijo José Antonio Nava y Miguel Atala, exvicepresidente de Petroperú.

Tanto Nava como Atala eran parte del entorno más íntimo de García. La tesis de la Fiscalía es que García había recurrido a una sofisticada triangulación para la recepción de los innegables sobornos. Así, con el Acuerdo de Colaboración con Odebrecht, la apertura de los sistemas informáticos My Web Day y Drousys habían permitido un hallazgo fundamental: llegar hasta “Chalán”, el funcionario de Palacio más íntimo a García.

La expectativa fiscal era evidente: Si la delación no provenía de Nava, Jorge Barata tenía la palabra final a partir de la próxima semana. Era una cuestión de días.

Lo que sí es necesario es que la Fiscalía demuestre la contundencia de sus razones para una prisión preliminar o, en su defecto, de la inminente prisión preventiva. Esta información es indispensable para salvaguardar la salud del Ministerio Público. Después hay que cerrar el círculo. Ninguna muerte, por más estoica que sea, debe truncar la verdad.

SALIDA FINAL

Ayer, al percutar el arma suicida, el expresidente había tomado una decisión meditada con mucha anticipación. Tras los golpes de la Fiscalía en la puerta de su casa estaba la antesala del desprestigio, la humillación y la indignidad.

García estaba dispuesto a evitar ese momento, aun a costa de su vida. Sabía además que si era detenido, no tendría otra oportunidad. Luego de la detención preliminar vendría una detención preventiva y la cárcel de por vida. Vendrían los calabozos de la Prefectura, la carceleta del Poder Judicial y la Dinoes. Estaría despojado de cualquier recurso, sería preso de otra voluntad. Arrastraría la deshonra de no depender de sí mismo.

Un día antes, el martes 16, en su última entrevista, consultado sobre una posible detención preliminar, García le dijo a Carlos Villarreal, de RPP, que es cristiano, que cree en la vida después de la muerte y, sobre todo, en la historia. “Creo tener un pequeño sitio en la historia del Perú”, le expresó mientras se le quebraba la voz. “No le temo a eso”, agregó sobre la prisión inminente.

Correo supo que ese día inmediatamente García ingresó a dictar su clase en el Instituto de Gobierno y Gestión Pública de la USMP. Llegó, inusualmente, 15 minutos tarde y se fue 10 minutos antes de lo habitual. En la clase de Gobierno y gestión pública, afirma una alumna presente, no se le notó como otras veces, pero dio la charla sin contratiempos. Eso sí, en varias ocasiones hizo alusión a que tal vez no seguiría dictando el curso.