La literatura andina en el Valle del Mantaro tuvo en Edgardo Rivera Martínez un brío y poética de originalidad incuestionable. Su muerte nos hizo revisar las repisas para recordar que la literatura del centro del país tiene otras páginas mayores, las Nicolás Matayoshi (Huancayo, 1949), entre estas. El año pasado, el autor publicó «Paisajes interiores» (EB. Editorial) un libro de relatos donde la voz del hombre andino suena a lluvia sobre el campo, a violencia, a tradición y a un pasado que lo vincula con su terruño en una relación de pertenencia palpable y dramática.
LA OBRA. El libro está compuesto por una introducción y nueve historias, siete de las cuales se desarrollan en campos, en pueblos, entre quebradas y casitas de adobe. «Cantos de fuego y cenizas», por ejemplo, es una y muchas voces a la vez: es el dolor de los personajes puestos en medio de la refriega durante la violencia política. No es el relato clásico, el narrador desaparece, por momentos, para evidenciar la conmoción, la barbarie en la queja de las víctimas.
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Hay una intención de reinventar a los narradores. Muda constantemente de registros. «Cristino» es un niño proletario que le escribe a su madrina hablándole de lo duro trabajo; «Makullanta» se desarrolla entre la bitácora de un investigador y la voz del hombre al que entrevista. Matayoshi es un orfebre con el tratamiento del lenguaje, la funcionalidad del ideolecto está al servicio de la sensibilidad de sus seres y espacios.
«El sol negro de Casimiro López» pone en primer plano el ritual andino, la brujería negra; sin embargo la mayoría de estas historias pecan por un final sin entusiasmo, decepcionante en algunos casos, dejado a la causalidad del relato.
«Cenicienta», nombre que le hace un guiño transtextual al cuento de Charles Perrault, acompaña a una joven que teje su vestido para asistir a un matrimonio. En la fiesta su mirada solo se cruzará con la de un ciego tan solitario como ella. Hay desencanto, grisura y melancolía en los cuentos de Matayoshi. Sus personajes son hombres y mujeres atravesados por destinos sin historia pero que sabemos trágicos. «Recuento», quizá uno de los mejores del conjunto, narra el paso de un espíritu por los lugares en los que estuvo y caminó en su vida: allí aparecen tradiciones andinas como el “sauca”; o el lavado de ropa de los difuntos y la creencia de dejar harina en la puerta de la casa para que ahí queden las huellas del alma que volverá.
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CAÍDA. Dos títulos desencajan de esta miscelánea: «Los tres rostros de Seikuma Kitsutani» y «Gabriela». Resuenan en estos el lenguaje insuflado de adjetivos y metáforas que resultan gratuitas ante el conjunto y significan una ruptura incluso del ritmo que alcanza el libro hacia la mitad. A ello hay que añadir la falta del cuidado en la edición de todas las páginas del libro. Si el autor pretendió, como señala en su introducción, juntar su doble origen (japonés y peruano) a través de las historias que recogió en su vida, no alcanza tal objetivo. Lo andino termina subsumiendo el atisbo nipón.
Los cuentos de Matayoshi nos hablan de un autor cuajado, seguro de sus recursos y propuestas, además, dueño de una voz potente como lo ha demostrado en publicaciones anteriores. La irregularidad de este libro no mella su calidad de autor pero sí habla de la necesidad de una mejor selección de su narrativa.