Portada del libro y al lado el escritor de origen huancavelicano
Portada del libro y al lado el escritor de origen huancavelicano

El origen de novela histórica está vinculada al siglo XIX. Las obras de Walter Scott son para muchos el punto de inicio. Para definirla, el teórico húngaro Georg Lukács ha señalado algunas condiciones: narrar el pasado manteniendo y respetando las características de la época; revitalizarlo a través de ficción y destacar los hechos cruciales y personajes de ese momento. El crítico norteamericano Seymour Menton habla de una novela histórica contemporánea que, a diferencia de la anterior, usa la historia pero exenta de su oficialismo, con el objetivo de ponerla en duda a partir de una nueva interpretación.

«Un lugar bajo el sol» del escritor huancavelicano Alberto Chavarría Muñoz se articula bajo estas ideas. La novela se ubica en el Huancayo de los años veinte del siglo pasado y hurga sobre la leyenda del tesoro de Catalina Huanca. Aquí hay un primer acierto. Opta por el género histórico matizado con el policial para, desde la ficción, aportar una teoría sobre el mítico escondite de esa riqueza. La historia es esta: Un antropólogo norteamericano desaparece en 1923, a manos de un «brujo» andino, mientras busca dicho tesoro. Cien años después, una oficial es encargada de investigar qué pasó con ese «gringo». Primer apunte: un mejor tratamiento de la información diegética habría permitido una trama consistente e inquebrantable pero tal como la muestra suena a cascarón.

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Los veintiséis capítulos —con ciertas páginas que bien pudieron ser eliminadas como los capítulos 2, 11, 19— plantean un andamiaje bien articulado, con apartados intercalados. Por un lado, investigador llegando a Huancayo para estudiar la cultura wanka y por otro, la policía detrás de su paradero. Es innegable y plausible la investigación del autor respecto a la época, a sus personajes, a sus conflictos, a la ciudad misma. Hay un gran despliegue de información respecto al Huancayo viejo y a la sociedad de esos años.

Pero es aquí donde surge el segundo y principal defecto de este libro. Chavarría, autor, se sobrepone al narrador e intenta, de forma exagerada, mostrar datos, descripciones y fechas que, en lugar de aportar, hacen ruido. En su intento por cumplir los cánones de la novela histórica de Lukács o Menton, falla por desmesura. El escritor Martin Amis comentó una vez que le parecía que, en sus últimas novelas, Philip Roth se esforzaba mucho por mostrar cuánto le había costado escribirlas. Chavarría también.

Su prosa es accidentada lo que dificulta que la historia mantenga el ritmo que por momentos adquiere, ello aporta a que los diálogos suenen falsos, desdibujando a los personajes, con ademanes y frases que los alejan de la verosimilitud necesaria en todo contrato de ficción. El autor no es Arguedas, así que cuando intenta imitar el ideolecto del hombre andino, lo ridiculiza. A su favor, el capítulo 21, donde un «laya» ejecuta un rito de muerte en un cerro del valle, es una recreación muy bien construida.

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A nivel de técnica, Chavarría apuesta por un narrador omnisciente al principio, con una voz personal, íntima, que logra a través de la focalización interior. Hacia el medio, sin embargo, aparece una voz en primera persona, más allá en segunda y hacia el final hay una mezcla de puntos de vista que no es una apuesta estética sino un desacierto, quizá, a falta de un editor. Los apuntes de un cuaderno bitácora de la investigación policial que incluye la novela o los cambios de puntos de vista le dan un respiro a la narración, pero su falta de consistencia hace que el recurso se vea como un intento fallido.

Luego de muchos años, se edita una novela histórica ambientada en Huancayo —a propósito, se reconocen a ilustres hombres de la provincia— y es plausible. Haría falta desvestirla de historicismo y modular una técnica que tiene puntos altos, pero sobre todo bajos. Finalmente, hay errores de redacción y gazapos que deberán corregirse en una segunda edición.