Se acercan el fin del año escolar y los estudiantes nuevamente estarán muy desconcertados respecto al país en el que viven. Por un lado, los profesores les enseñan la importancia de ser buenos, desprendidos, honestos, luchadores de la democracia. Les mencionan la gran cantidad de héroes y gobernantes que lucharon por derechos civiles y ciudadanos que hicieron lo suyo para integrarnos como una gran nación. No faltan las citas a los sacrificados y heroicos policías y militares dueños de una gran estatura moral.

El problema es que todo eso parece ciencia ficción para los niños y jóvenes que viven una realidad atravesada por la polarización, desintegración, fracturas sociales, corrupción, inseguridad, indisciplina social, fragilidad ética de los poderes políticos, judicial y legislativo altamente cuestionados.

¿Podemos construir una nación poderosa, segura, progresista, democrática, justa, integrada, partiendo del principio de que nuestros niños y jóvenes son estúpidos? No se puede educar éticamente a los alumnos, para que aspiren a ser parte de una ciudadanía democrática a partir de una realidad que contradice el relato histórico.

Para aspirar a un futuro mejor es necesario inspirar a los alumnos a que se conviertan en agentes de cambio. Que se pregunten qué es aquello que en nuestra historia nos impregnó de incompetencias, dificultades, fracturas, derrotas, traiciones, para confrontarlas, investigarlas, analizarlas, entenderlas, y lo más importante, plantearse retos y comprometerse a encararlos.

Casi casi, la inversa de lo que suele hacerse en los colegios tradicionales.

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