La repetición de grado, medida educativa tradicionalmente empleada para “corregir” el bajo rendimiento de estudiantes, enfrenta críticas respaldadas por sólidas investigaciones.

Lejos de ser una solución mágica, esta práctica trae consigo desafíos que no pueden ser ignorados. Primero, el aspecto socioemocional. Un estudio del Banco Mundial señala que los estudiantes que repiten curso presentan menor autoestima y mayor riesgo de abandono escolar. La estigmatización y la pérdida de compañeros de clase pueden originar un ciclo vicioso de desmotivación y rendimiento deficiente.

Además, según la UNESCO, repetir no garantiza una mejora académica sustancial. La lógica podría sugerir que un año adicional da más tiempo para asimilar contenidos, pero los datos indican que muchos de estos estudiantes no muestran avances significativos tras repetir.

No menos preocupante es el vínculo entre repetición y abandono escolar. Un informe de UNICEF asocia directamente la repetición con una mayor probabilidad de dejar la educación antes de completarla.

Por último, en lugar de insistir en una medida de dudosa eficacia, sería más provechoso invertir en alternativas pedagógicas.

Estrategias como el apoyo dirigido y adaptaciones curriculares atienden las necesidades individuales sin los efectos negativos de la repetición. Después  de todo, los profesores son corresponsales del aprendizaje de los alumnos.

Revisar la repetición de grado no es cuestionar la exigencia académica, sino buscar herramientas más efectivas y humanas que realmente beneficien al estudiante.

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