El artista plástico peruano que atravesó el siglo XX y se mantiene vigente y lúcido Fernando de Szyszlo se sumerge en sus recuerdos La vida sin dueño (Alfaguara, 2016), libro en el que trae de regreso sus vivencias junto a los miembros de la Generación del 50, sus grandes amigos, su encuentro en París post Segunda Guerra Mundial con “grandes monstruos” de la literatura y el arte, su vocación por la pintura y su vida junto a la poeta Blanca Varela.
¿Qué ha significado compartir con el público sus vivencias, recuerdos, memorias?
Es lo mismo que pintar: tratar de conservar, de que no se desaparezca todo. Cuando he visto a mis amigos desaparecer pensaba que debería tratar de conservar algunas imágenes de ellos, que fueron personas tan importantes para mí, el arte y la literatura en el Perú.
Usted comenta que vivió en los tiempos de “grandes monstruos del arte, de la cultura”...
Sin duda, todos los “monstruos” estaban vivos. Cuando llegué a París, podía encontrarme en la calle a André Gide, André Breton, Jean Paul Sartre, Simone de Beavuor, Samuel Beckett, por quien tenía gran admiración. París era el centro del mundo sin duda.
Y en Perú, vivió en tiempos de Jorge Eielson, Emilio Westphalen, Salazar Bondy y José María Arguedas. ¿Qué caracterizó a esa generación llamada del 50?
El sentimiento de todo ese grupo era modernizar al Perú, que no todo fuera folclore y costumbres, sino que entraran aires nuevos y usar los lenguajes artísticos que habíamos descubierto en Francia, Alemania, EE.UU., pero no para imitarlos sino para ponerlos al servicio de nuestra propia intención de expresar.
Si no tenía cercanía con su padre, un naturalista polaco amante de la música clásica, ¿que lo inclina al arte?
Mi padre era un europeo interesado en Ciencias. Era retraído, misógino. Lo único que compartía con él era su amor por la música, desde niño he escuchado buena música y sigo escuchándola. Creo que el arte es una vocación, lo que me decidió fue la literatura, tanta literatura que leí cuando era niño. Era un tanto enfermizo, perdía el colegio y leía cantidad de libros.
Usted cuenta que sobrevivía junto a Blanca Varela en París con 90 dólares al mes. ¿Cómo hacer arte sin tener dinero?
Es duro (risas). Teníamos como para no morirnos de hambre totalmente, pero éramos muy pobres. Sobre todo fumábamos mucho, tanto Blanca como yo consumíamos tres paquetes de cigarrillos diarios, que era un tercio de nuestro presupuesto.
¿Cómo encontró el camino para seguir pintando?
Nunca fue fácil. Siempre seguí trabajando y exponiendo, pero como mi lenguaje se fue afirmando, curiosamente la primera exposición en la que realmente vendí, en 1962, sobre el poema Apu Inka Atawallpaman, me permitió dejar todo; ahí me di cuenta de que podía vivir de la pintura, modestamente, pero sin hacer otra cosa.
Señala que le causó demasiada tristeza la muerte de Arguedas, ¿qué recuerda de él?
Tantas cosas: la calidad humana, la sensibilidad, la curiosidad para conocer lo nuevo, no era un indigenista que dudaba de todo, se interesaba por el arte moderno... El divorcio de José fue fatal. Alicia y Celia, su primera esposa, sabían que eso (la boda con Sibyla Arredondo) no marchaba. Y eso mató a Alicia, primero, luego a José, después a Celia mientras buscaba memorias de José en Supe.
Tenemos un Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, pero no hay un grupo, como la Generación del 50, que lo acompañe. ¿Por qué?
Sin duda, la época de los 50 era más desafiante, había más barreras por romper; ahora todo el mundo vende pintura, vive de la pintura. No es como mi época, ni siquiera don José Sabogal, patriarca de la pintura peruana, vivía de la pintura. Aunque lo que producen los artistas jóvenes ahora me dejan mucho que desear.
¿Siente que a los artistas de esta época les falta compromiso político?
Compromiso político y humano. Es decir, es una civilización que se ha extraviado en la soledad. La imagen de un adolescente ahora es el de un chico que está manejando el iPhone o haciendo música de rock; todo eso nos muestra cómo se ha banalizado la vida para esos jóvenes.
¿Por qué Octavio Paz, con toda su grandeza literaria y posición social, siempre los ayudó?
Porque él era inteligente, progresista, lúcido. Era Impresionante.
Es él quien le da el título al célebre poemario de Blanca Varela... Sí, el libro se llamaba Puerto Supe, yo le había hecho una encuadernación, ilustración, le enseñamos a Octavio, él le dijo a Blanca: “Lo que hay que cambiar es el título, en español no quiere decir nada”, y Blanca respondió: “¡Octavio, ese puerto existe! Sí, ese es el título que va a tener”. Octavio era muy generoso.
Usted dice que con Blanca solía discutir mucho, pero no pelear, que es difícil que dos temperamentos artísticos coexistan. ¿Fue el arte lo que los separó como pareja?
No, pero eso está destinado a fracasar, porque éramos dos intelectuales maduros, pero adolescentes ingenuos. Y no supimos conservar una cosa que hubiera podido ser tan buena. Fue una relación difícil, yo siempre quise a Blanca, hasta el último día (de su muerte) la vi.
Cuando usted recuerda y mira atrás a sus amigos, ¿cuál es su sentimiento?
Es una pérdida terrible que hayan desparecido personas tan valiosas, pero así es la vida, hay que estar preparados para cesar.
A sus 91 años, ¿le teme a la muerte?
No temo. Si algo temo es dejar de vivir, me apena porque me encanta la vida. No temo a la muerte, sé que es natural, me he hecho la idea (de la muerte) desde siempre, al leer la poesía española del Siglo de Oro imbuida del espíritu de la muerte.
DATO
Fernando de Szyszlo. Pintor. Nació en Lima en 1925. Tras su paso por Europa, se convirtió en uno de los representantes del arte moderno latinoamericano. En 1949, se casó con Blanca Varela, con quien tuvo dos hijos.
*Entrevista realizada a propósito de la presentación de su libro de memorias La vida sin dueño en diciembre de 2016