En “Treinta kilómetros a la medianoche”, su más reciente novela (Alfaguara), Gustavo Rodríguez propone un viaje en carretera en el que el protagonista, en medio del desconcierto y la sorpresa, va rumbo a despejar la angustia que le produce una imprevista llamada telefónica que le comunica, sin mayores explicaciones, que su hija ha sufrido un accidente y está internada en un hospital de emergencias. A partir de ese momento, y en un recorrido en el que se integra su pareja y un chofer de reemplazo, el angustiado hombre va desgranando experiencias de vida como padre, novio, hijo y profesional hasta llegar al fin de la ruta, y de paso, compartirá su propia historia.
“Creé un alter ego que pudiera sufrir una experiencia en la cual, yo como autor espero no estar nunca, entonces desde el inicio sí tenía claro el recorrido de 30 kilómetros, lo que no tenía claro cuándo hice la estructura y esquematicé la novela en 10 partes, con 10 tramos del trayecto, fue cómo los iba a llenar. Necesariamente sabía que tenía que hacer referencia a los hitos que te da una ciudad enorme como Lima, pero creo que en el camino me fueron ganando los recuerdos, entonces ahí es donde el autor empieza a mezclarse un poco con el narrador”, dice Rodríguez
En todo ese recorrido de distancia e historias, la relación del protagonista con sus hijas es una de los puntos más fuertes de la novela.
Sí, estoy de acuerdo contigo. Yo creo que el hilo más grueso de la historia es la paternidad como concepto, porque narra la preocupación de alguien que ha tenido que criar o sigue criando tres hijas en una sociedad latinoamericana típica; pero también confronta el hecho de que fue hijo de alguien determinado y eso es parte de él y eso, por ejemplo, no lo tenía tan contemplado el inicio cuando escribí la novela.
Hay un personaje que si bien aparece como ocasional, termina siendo como el contrapeso, Hitler Muñante, el chofer de reemplazo.
Hay dos razones para que Hitler Muñante sea tan importante en la historia: la novela transcurre prácticamente dentro de un auto y se me hacía muy asfixiante que solo hubiera una persona, decidí que tenían que haber tres. No puedo negar que la confrontación con el clasismo y racismo es algo que me preocupa desde casi siempre y no he podido escapar de esta preocupación y Hitler allí cumple un papel importante.
¿Con las novelas publicadas y el oficio que has desarrollado, aún te asalta la ansiedad de la hoja en blanco?
Siempre va a haber ansiedad cuando empiezas una novela por más ducho que te puedas considerar, en mi caso, trato de experimentar nuevos temas, nuevas maneras de armar el artefacto literario, entonces siempre hay una experimentación en cada novela que yo acometo. La ansiedad no me viene con la hoja en blanco relacionada con que no se me vaya a ocurrir nada, porque soy más un escritor tipo mapa y sé de qué voy a escribir, tiene que ver con el compromiso. Es un poco como casarse con esa novela por el tiempo que tenga que durar una relación.
¿Hay temas que has considerado que nunca escribirías en tus textos? ¿El pudor asalta en los momentos de la creación?
Mira justo hace días estaba hablando con Alberto Fuguet y él me decía algo que tiene sentido también con mi escritura últimamente. Él sabe que tiene una obra potente o que puede ser potente en la medida que más pudor le da que la lean, entonces a mí me pasa algo parecido, no tengo ningún temor en tocar los temas y las cosas que más me pueden obsesionar, avergonzar, de hecho en esta novela llegó a límites escatológicos. En realidad, los límites que me pongo tienen que ver con lo que sé que no puedo llegar a plasmar de manera verosímil, yo solamente voy a escribir de aquello en lo que me sienta enteramente competente.
En la novela cuentas tu encuentro con Oswaldo Reynoso quien recibe tus cuentos y te motiva a publicarlos. ¿Qué aconsejas a los jóvenes escritores que quieren dedicarse al oficio?
Requisito que le pido a alguien que quiere dedicarse a escribir en serio es que tengan kilometraje de lectura. También hay que tomarse la pasión en serio, pero no el oficio en serio, hago esta salvedad, porque sí hay que disciplinarse, hay que dejar las tripas en lo que escribes, pero tampoco tienes que darle más importancia de la debida a los reflectores que se piensa que deben tener los escritores. Nuestro oficio no es el más importante del mundo ni por asomo, creo que somos estafadores con prestigio.
¿Y con el tiempo en el oficio cómo te llevas con la crítica?
Creo que he aprendido a bailar un tango con la crítica, finalmente he llegado a entender que el libro que uno escribe es distinto al libro que interpreta el lector, en ese camino pueden darse percepciones diametralmente, incluso mentalmente opuestas, o quién sabe si malentendidos. Con los años he aprendido a ser, no sé, más sabio en general, más tolerante con la gente, con las opiniones de los demás, tolerante conmigo mismo incluso.
Gustavo Rodríguez
Escritor. Además de sus ocho novelas, también es autor de libros destinados al público lector infantil y juvenil que se leen en los colegios. Su podcast “Machista con hijas” se ha convertido luego en un entretenido libro de gran éxito.