El poeta Yorgos Seferis solía hacer hincapié en cómo la poesía brota de la memoria inconsciente; “me parece que la poesía opera pescando en el inconsciente”. Aun cuando parezca que el texto poético ha aparecido de la nada y nadie sepa de dónde ha salido, indudablemente está arraigado a la infancia u otro acontecimiento decisivo. No puedo argumentar con certeza lo dicho por Seferis si solo analizo el poema sin recoger las impresiones del escritor; sin embargo, no tengo dudas de que en el trabajo poético actúa el inconsciente de los recuerdos. Un poemario que me hace reforzar esta idea es EN LOS BOSQUES DE INFINITA MÚSICA de James Quiroz; pienso que en su arte poética opera esa memoria instintiva y lírica que proponía el poeta griego.
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Con EN LOS BOSQUES DE INFINITA MÚSICA James Quiroz obtuvo el Premio Copé de Plata en la XIX Bienal de Poesía. No pretendo forzar el análisis y hacer que los versos de este libro coincidan con la premisa planteada; lo que me interesa es resaltar cómo el ejercicio literario de James Quiroz -aun cuando podría parecer un conjunto de reflexiones poéticas hilvanadas de momentos aleatorios- se forja de aquellas imágenes que, arraigadas en el inconsciente, salen a la luz y son atrapadas por las construcciones que el lenguaje posee. La poética de James Quiroz es como un bosque infinito en el que transitamos resueltos por la música, sin estar seguros del próximo lugar al que la melodía nos conduzca.
Reflexión poética
La primera parte del poemario se titula Vigencia de la máscara; aquí sobresalen poemas que bien podrían leerse como representaciones líricas nacidas de la reflexión y el silencio participativo; “tras la neblina se puede ver la orilla, / el orden seguro de las cosas / aquí chapoteamos y danzamos / hasta donde veamos nuestros pies”. La orilla no es solo el límite que separa la mar del hombre, es también la posibilidad de avizorar un mañana atiborrado por ilusiones desgastadas que esperan ser reescritas. La visión reflexiva que por momentos nos asalta y nos hace descubrir eternidades en lo cotidiano es una constante en esta parte; “abro el libro en la página del estremecimiento / y encuentro el cadáver / de un ingenuo insecto / entre las letras negras de un poema”. Solo la reflexión lírica será capaz de comprender que en un simple momento hay una metáfora poética sobre la vida, la muerte y el paso del tiempo.
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La segunda parte del poemario se titula El fuego de la lengua y es, desde mi perspectiva, la teatralización estética del devenir humano. Esta parte nos hace pensar en cómo la fugacidad del tiempo puede prolongarse en un instante más cuando la poesía perdura los momentos. Los breves poemas de este segmento representan la evolución por el que cada uno ha transitado; un camino sinuoso que nace de una pregunta sobre el origen de todo y termina con la sentencia de que el fin siempre nos devuelve al principio. En el poema Dialéctica se lee: “impune mi tristeza / se quedará penando pasados / los días elegirá otro cuerpo / en donde desovar / así siempre ha sido así siempre será”. Ese devenir al que hemos aludido también es notorio en Retro “he captado las mejores imágenes / de los míos sus estampas naturales sus usanzas / con esta vieja cámara / hoy cómo sorprende a la memoria”.
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Exteriorización e intimidad poética
Las últimas partes del poemario se titulan Bonzos y Arden las ciudades. En Bonzos se explora a modo de tributo la estética de creadores como Vallejo, Chopin, Heraud, Pavese y Pizarnik. No es una semblanza de vida, es el canto recluido que exterioriza la más profunda admiración y desconcierto; “tú sabías algo más sobre la muerte / por eso tú la sorprendiste un día / robando frutas maduras en tu huerto / y te molestó tanto / que te pusiste a escribir poemas”. En la última parte del poemario el sujeto lírico se aproxima a esos eventos que desde lo social nos interpelan. Aquí resaltan reflexiones que -sin desarraigarse del inconsciente- provinieron de una metamorfoseada realidad. Los poemas que aluden al conflicto de Conga o los huaycos que desenterraron los cadáveres de Mampuesto dan fe de esto último.
El jurado calificador del Premio Copé señaló que “EN LOS BOSQUES DE INFINITA MÚSICA constituye un conjunto de poemas breves que formalizan creativos diálogos culturales y una amplia gama de sensaciones más que representadas, sugeridas”. La sugerencia, pienso, es esa voz que nos advierte a modo de insinuación el principio y el fin de todo; el fuego al que nos aproximamos y al que, ya estando cerca, queremos acceder.