El maestro Ignacio Merino Muñoz, además del legado monetario y de sus lienzos que dejó al Perú, fundó y abrió las puertas para el contacto y difusión del arte peruano en el contexto internacional. Fue el primero en iniciar las travesías, de artistas peruanos a Europa, práctica que se sigue hasta el día de hoy.
Fue un gran peruano de nuestra historia y con el prestigio que alcanzaba en París-Francia, animaría los ambientes y el espíritu artístico en el Perú. A este insigne pintor, Piura lo tiene en el umbral de los mejores de la plástica peruana.
Merino Muñoz se acopló a grandes artistas plásticos de Grecia antigua o legando sus bellísimos lienzos plasmados a la perfección, la realidad, el ambiente natural, los detalles de la ropa o el cuerpo, etc.
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SU LEGADO
El insigne pintor peruano de talla universal Ignacio Merino Muñoz, gozó de gran prestigio al pertenecer a una familia distinguida que lo mandó a estudiar a París desde muy joven donde se inició en el arte de la pintura.
Nació un 30 de enero de 1817, en las tierra del eterno calor, Piura, en su técnica pictórica nos muestra una pincelada suelta y pastosa, de toques cortos y densos, con un dibujo preciso y detallista. Creó una serie de apuntes sobre tipos, paisajes y costumbres de Lima de su época, como “Lima por dentro y por fuera”, “Jarana de Amancaes”, “Limeños en el portal”.
En el año 1838 regresa a su patria, donde ejecuta algunos cuadros de interés nacional, entre los que se encuentran las obras de “Santa Rosa de Lima” y “San Martín de Porres”. La temática de muchos de sus cuadros se inspira en obras literarias españolas, inglesas y francesa, temas de carácter romántico, histórico y dramático recogidos de William Shakespeare, Miguel de Cervantes, Walter Scott. Ahí están sus obras, “Colón y su hijo en la Rábida” “Colón ante la Universidad de Salamanca”, “La mano de Carlos V”, “Hamlet”, etc.
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EXCELSO
En 1841 fue nombrado subdirector y luego director de la Academia de Dibujo y Pintura que por entonces funcionaba como único centro principal de estudios estéticos en Lima, donde tuvo como discípulos a Francisco Laso, Luis Montero y Francisco Masías.
Cinco años más tarde regresa a Europa, perfeccionó sus observaciones del arte mediante los periplos por España, Holanda e Italia, admirando a los pintores españoles: Velázquez, Rivera y Murillo y a los holandeses Rembrandt y Franz y algunos maestros italianos, quedándose a vivir definitivamente en París.
Poco se sabe de los últimos años de su vida, hasta el 17 de Mayo de 1876 en que muere en París, pero al no tener descendencia, donó al Perú una gran colección de sus obras, compuestas por 56 óleos y una variedad de acuarelas y dibujos y parte de su fortuna.