Rafael Nadal sumó este domingo su decimotercera corona de Roland Garros ante el serbio Novak Djokovic, al que venció por 6-0, 6-2 y 7-5 en 2 horas y 41 minutos, por lo que iguala con el suizo Roger Federer a 20 títulos de Grand Slam.
En una final más sencilla de lo esperado contra el número uno del mundo, el español consiguió su triunfo número 100 sobre la tierra batida de París.
“No es el momento de pensar en los 20 grandes ni en récords, es hora de pensar en este torneo, que lo es todo para mí. Solo por poder jugar aquí es un placer”, aseguró.
A sus 34 años, Nadal ganó también el Roland Garros del coronavirus, desplazado a otoño, con frío y humedad que merman sus condiciones, pero incluso en ese contexto mantuvo la jerarquía de un torneo que ha convertido en suyo.
Nadie antes había levantado 13 copas en el mismo torneo. Martina Navratilova tenía doce coronas en el de Chicago.
Nadal se convierte en el quinto jugador que supera las 100 victorias en un grande y lo logró en unas condiciones particulares, sin apenas público en las gradas por las restricciones impuestas a causa de la pandemia de coronavirus.
El español, que aterrizó en París con solo tres partidos tras el confinamiento, demostró que en Roland Garros se crece y endosó a Djokovic su segunda derrota de la temporada, después de que la sufrió en el Abierto de Estados Unidos por descalificación tras dar un pelotazo a una jueza de línea, frente al también español Pablo Carreño.
El número uno del mundo se queda en 17 grandes por ahora y con un único triunfo en París, sin poder convertirse en el primer tenista de la ‘era abierta’ que suma al menos dos veces cada uno de ellos.
Media hora antes del inicio del partido, el otoño se hizo presente en forma de lluvia y el techo recién estrenado de la Philippe Chatrier justificaba la inversión: la final de 2020 se jugaría a cubierto, como la del Abierto de Australia de 2012.
El augurio era malo para el español, amante del sol y de las condiciones de juego que acarrea y que había perdido aquella única final entre ambos bajo techo.
Pero el español no tiene tiempo de entretenerse en estadísticas, ni en repasar los libros de historia ni en ocuparse de todo lo que no suceda en el cuadrilátero ocre que ha convertido en su feudo.
Quien entró frío fue el serbio, rígido y sin la viveza que le caracteriza, a merced del juego de Nadal, mejor plantado, más hambriento de ganar el duelo. De nada sirvieron los intentos del número uno del mundo por buscar huecos en el muro del mallorquín, ni abusando de las dejadas ni buscando ángulos imposibles. Todo lo que iba del lado del español, volvía envenenado.