El dolor de una persona aflora cuando ve sufrir a los suyos, pero si se trata de su mamá, se hace incontrolable. Es el caso de Luis Vilca Quispe, un joven que dejó de estudiar su carrera en Senati, no solo por la cuarentena que provocó la pandemia de la COVID-19, sino también porque la salud de su madre, Elsa Quispe Coa, empeoró y tiene que cuidarla. Ella espera ser operada de la cadera desde que inició la emergencia sanitaria.
Su pesadilla empezó una tarde de 2013, cuando doña Elsa recogía una manguera para regar el vivero municipal de Yanahuara en Magnopata, pero un mal movimiento cuando recogía una manguera pesada, hizo que cayera a un andén de un metro y medio de altura, recuerda que para evitar que caiga de cabeza y muera al instante, cayó sentada, pero cuando se puso de pie, sintió los primeros dolores en la pierna y cadera, ella pensó que el dolor pasaría y lo dejó pasar.
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La mujer nunca pensó que terminaría postrada en un cuarto prefabricado dependiendo de su menor hija para que haga sus necesidades básicas. Reconoce que dejó a un lado los dolores en su cadera y para calmar el dolor se refugió en lo casero, la automedicación. Dice que lo hizo para que no la sacaran del trabajo, pues era la única fuente de ingresos para que sus hijos sigan estudiando.
Los médicos le diagnosticaron que padece de artrosis de cadera severa y cérvico dorso lumbalgia (esto a causa del esfuerzo que hace una de sus caderas para sentarse). Para que vuelva a caminar necesita de una prótesis en las zonas afectadas.
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Las peores pesadillas que tiene doña Elsa no es cuando duerme, sino cuando está despierta, pues para sentarse en su cama, se demora más de tres minutos, tiempo que es interminable, sus brazos tiemblan porque es ahí donde toda la fuerza se concentra. La situación empeora cuando quiere pararse, para ello tiene sostenerse de un andador, previamente tiene que sentarse en la cama, luego armarse de valor y soportar que los huesos de la cadera y pierna choquen. Cada vez que hace esa pequeña actividad llora sin consuelo alguno, pues solo lo ejecuta para ir al baño.
Su hijo Luis Vilca cuenta que su mamá iba a ser operada el 20 marzo de 2020 en el hospital III de Yanahuara, él estaba tranquilo porque ya no iba a mirarla quejándose de dolor y que con la intervención podía rehacer su vida. Sin embargo, sus esperanzas y la de sus hermanos se desvanecieron con la llegada de la pandemia. Su operación fue postergada mes tras mes.
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Relata que en el nosocomio le dicen que no hay camas porque las operaciones no están permitidas. “Tenían que operarla en mayo de este año, pero aún no nos dicen nada. A veces tengo que hacerle masajes en las piernas para que el dolor se le pase”, dice Luis.
Doña Elsa no ha salido de su cuarto desde que comenzó la emergencia sanitaria, sus hijos le llevan su comida. Extraña trabajar porque lo hizo desde que era adolescente. Incluso algunas veces mira sus fotos junto a sus hijos y allí se observa cuando podía caminar y laborar. “Quisiera volver a ser yo, a trabajar”.
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Al frente de la cama de doña Elsa tiene un televisor y su DVD, mira películas, escucha canciones de Dios, dice que cuando oye las alabanzas, se olvida por un momento de sus dolores. Luego lee su biblia y se refugia en la palabra de Dios para que la operen. Sin embargo, los dolores se hacen intensos a partir de las 5 de la tarde y en la noche, para conciliar el sueño tiene que tomar Tramadol, un medicamento fuerte que te hace soportar el dolor por varias horas. Solo así puede descansar.
El frío y la indiferencia son quienes la torturan cada día. “Lo único que pido es que me operen, porque el dolor en la cadera es insoportable y no le deseo a nadie, espero que me ayuden”, dice llorando y clamando piedad. Mientras doña Elsa espera ser operada, sus hijos tienen que atenderla y soportar, ver como sufre su mamá, la mujer que los cuidó e hizo lo imposible para que salgan adelante.