“Estoy herido pero no he perdido la guerra, estoy dando la batalla y la daré con mucha pólvora, como nuestros cueteros en verbenas, procesiones y mítines. He invitado para recibir el año nuevo mañana a varios amigos guitarreros y cantores. Quiero jaranearme para espantar tumores y, aunque lejos estés, te tendré presente”.

Así recibió el 2019 mi querido amigo J, cuando ya sabía que el cáncer había vuelto y que no le daría tregua, pero él estaba preparado para luchar con todas las fuerzas que aún tenía para robarle un tiempo a la vida y terminar su último trabajo, completar los siete tomos de su Texao. En los últimos correos electrónicos que intercambiamos, me contó emocionado que había decidido embarcarse en este monumental trabajo para cerrar el homenaje a Arequipa, recopilando datos, historias y anécdotas que cuenten la vida cotidiana y los personajes que habitaron la Ciudad Blanca que tanto amó.

“Mi segundo tratamiento (de los pulmones) recién empieza, es intensivo y bravo, pero lo afrontaré con ñeque”, me escribió en su último correo, pues tenía claro que tenía que apurar el paso y entre médicos y balones de oxígeno, se levantaba con el alba y se sentaba frente a su computadora a escribir afiebrado las líneas de su última obra. Juanito escribió hasta morir.

Nos conocimos cuando yo hacía mis pinitos en la caricatura en una exposición de caricaturas que hicimos junto a otros amigos artistas en la galería del Banco; y la primera noche decidimos hacer caricaturas en vivo a los visitantes que abarrotaban la galería y Juan, hizo su cola y pidió que yo le hiciera una caricatura. Al terminarla la vio y me dijo: “Un caricaturista debe ser un buen observador y no te has dado cuenta que yo tengo las orejas grandes”; en efecto, yo no me había percatado del detalle y reímos de buena gana. Allí nació nuestra amistad que se mantuvo hasta sus últimos días.

Con los años nos hemos reencontrado para comer juntos en nuestras casas, nuestras hijas jugaron juntas, compartimos largas noches de guitarreadas cantando yaravíes y pampeñas, mientras apurábamos un buen pisco; y por supuesto grandes celebraciones de cumpleaños con camarones que tanto le gustaban. Juan era de enormes afectos como su tamaño.

ELOGIO DE AREQUIPA

En 1990 publicó un breve libro al que llamó “En elogio de Arequipa”, que reunía una aproximación a lo arequipeño a través de la emoción que despertaban aquellos hermosos “cantos a los elementos más simples de nuestra visa singular y cotidiana; al río, al sillar, a los cerros y nevados que circundan Arequipa, al rocoto, al camarón, al toro de pelea, al yaraví, a la picantería, al Tuturutu, al puerto que fue”, que además fue bellamente ilustrado con acuarelas del pintor Ricardo Córdova y las notables plumas de José Luis Pantigoso.

Cuando escribió su oda al río Chili para ese libro, me pidió que lo acompañara pues sabía de mi afición por la pesca de trucha en la parte alta de Chilina; así que una mañana muy temprano enrumbamos en busca del río. Recorrimos la ribera hasta que encontramos un recodo donde el Chili discurría apacible en medio de la vegetación. “Tú ve a pescar y no te preocupes por mí”. Vi que se alejó y trepó a un gran peñasco desde donde podía ver gran parte del recorrido del río. Se sentó, sacó una libreta y observó todo durante horas, mientras el suave murmullo del agua lo envolvía. Era como si el Chili le dictaba lo que sentía, había allí una conexión inexplicable.

“Al principio bajas tormentoso y saltarín: furia de todas las llocllas, chispa de todos los focos fuerza de todas las fuerzas, líder de todas las piedras (que en cortejo multitudinario te siguen para tumbar todos los cercos de la injusticia y edificar todos los cimientos de la esperanza)”.

Tantas historias por contar de un hombre que amó como nadie a su ciudad natal, todo lo que hizo, lo hizo por Arequipa y lo hizo con el corazón en la mano. Así fue Juan Guillermo, íntegro, transparente, amable, cariñoso con sus amigos, inteligente y sabio.

EL TEXAO

En 1977 inició un largo camino de investigación y recopilación de información para rescatar la historia de un gran hombre: Francisco Mostajo Miranda, a quien Juan Guillermo bautizó como “Texao”, “porque la importancia de su vida no estuvo en ser la flor más bella o más cuidada de Arequipa, sino en ser la flor más rebelde… Su vida fue una vida en contra, silvestremente solitaria”. Así lo hizo constar en un compromiso bajo juramento, en el primer fascículo de “Texao Arequipa y Mostajo” que se empezó a publicar desde junio de 1980 hasta 1984, en que concluyó el cuarto tomo con una radiografía de Arequipa y el cambio de siglo.

Por supuesto, Juan Guillermo no se quedó quieto y a lo largo de su vida produjo y publicó muchos libros y notables aportes a la historia y al arte de la música arequipeña, como su monumental investigación que terminó en el libro “El pendón musical” que recoge la historia de la música arequipeña, con 365 temas musicales, muchos de ellos verdaderos hallazgos que logró remasterizar en un CD para que pudieran oírse a pesar del tiempo. Fue su vigésimo sexto libro publicado y cuando todos lo imaginábamos en su “palomar” de San Lázaro descansando, leyendo, escuchando música y descubriendo las maravillas de Internet, nos sorprendió con un nuevo proyecto, completar los siete tomos de “Texao”.

Hacia mediados del año pasado me llamó para contarme su proyecto y necesitaba del apoyo de los amigos para lograr su objetivo, y me impuso algunas tareas que con gusto acepté; hasta me puso plazos: todo debía estar listo a fines de diciembre. Para entonces ya había salido con éxito de una delicada operación a los pulmones que lo tuvo fuera de juego por un tiempo. Perdió peso, pero jamás las ganas de vivir. Hacia noviembre del año pasado nos vimos en una picantería en Arequipa; ya estaba bastante recuperado y verlo fue una inmensa alegría, estaba degustando un delicioso chupe de camarones junto a su hermana y otros familiares. Nos fundimos en un abrazo y me dijo: “No te olvides de mi encargo”.

La noticia de su muerte me golpeó con una violencia inusitada, los recuerdos se agolpaban en mi mente, mi alma se estrujó y mis lágrimas inundaron mi rostro. Juanito libró su última batalla con ñeque, seguro la melodía de un yaraví acompañó sus último minutos, nunca lo sabremos, pero sí estamos seguros que nos dejó su ejemplo, sus libros, su amor por Arequipa; pero sobre su inmensa amistad.

Chau, Juan querido.

Como nadie Amó tanto a su ciudad, todo lo que hizo, lo hizo por Arequipa y lo hizo con corazón.