Martín López de Romaña estuvo viviendo en las entrañas del monstruo, en la secta religiosa Sodalicio de Vida Cristiana, soportando vejaciones, golpes y abusos por parte del mismísimo fundador, Luis Fernando Figari; hasta que un buen día decidió dejar la jaula, esa jaula invisible que le habían instalado en su cerebro, y volcó toda su miserable vida en un libro que ha significado un exorcismo para liberarse de la culpa y las cadenas que lo ataron por tantos años.
Eres artista también ¿fue desde niño que tuviste inclinación por el arte?
Sí, en casa éramos cinco hermanos y la pasábamos dibujando, haciendo esculturas y mis dares no alentaban mucho. Mi padre era arquitecto y dibujaba muy bien, tenía una sensibilidad artística muy elevada, al igual que mi madre que se dedicaba a decorar casas y comprar cuadros.
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El arte es liberador e imagino que lo ha sido también para ti durante todo este proceso
Totalmente, el arte ha sido una vida paralela junto con la literatura. En el Sodalicio no había libros prohibidos, pero teníamos que leer una serie de libros muy católicos y edificantes, pero en algún momento durante esos 15 años que viví en comunidad, me puse a leer a escondidas a todos los libros que el Sodalicio consideraba malos, desde Nietszche hasta Freud; y constantemente veía en libros ilustrados los cuadros de los grandes pintores. Hice algo de arte, bajos los cánones del “estilo sodálite”, que nadie comprendía bien qué era, y en realidad todo lo que hice, fueron regalos para el fundador. No era lo que me hubiera gustado hacer y lo horrible era que lo hacía para Luis Fernando Figari, que resultó ser un demente y abusador.
Eres captado a los 12 años, ¿estabas en Arequipa en ese momento?
Sí, ellos tenían una comunidad en Vallecito y captaron, no solo a mí, sino a todo mi grupo de amigos, que éramos como 30 del colegio San José. Nos hacían sentir bien, poco a poco nos iban deslizando ideas como que no deberíamos contarles a los papás lo que hacíamos allí y poco a poco iban teniendo control sobre nuestras vidas y teníamos que dar cuenta de todos nuestros pecados y actos al consejero espiritual, hasta que se cerraba el cerco y terminamos creyendo que la única realidad era el Sodalicio y todo lo demás era mundano.
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¿Quién los adoctrinaba en la casa de Vallecito?
En ese momento el motor en Arequipa era Alessandro Moroni, quien fuera, muchos años después, superior general del Sodalicio, cuando explotó toda la crisis en el 2015, con el libro “Mitad monjes, mitad soldados” de Paola Ugaz y Pedro Salinas. Actualmente Alessandro ya no está en el Sodalicio, como muchos otros. Lo que me parece terrible es que a pesar de todas las denuncias publicadas, siga funcionando el Sodalicio, casi igual que antes y que sigan captando jóvenes.
Has dicho que si alguien te hubiera advertido que estaba equivocado, no hubiera pasado esto. ¿No lo hablaste con tus padres?
A mis papás, el Sodalicio les parecía muy bien, sobre todo porque su vínculo con la secta era con Alessandro Moroni, que era excepcionalmente simpático y empático; pero cuando conocieron a Figari, en un momento que fue a Arequipa, no les pareció simpático y me lo hicieron saber. En ese momento yo tenía 15 o 16 años, ya había conversado muchas veces con Figari, él me llamaba desde Lima todas las semanas y era imposible que me cambie la opinión que yo tenía de él. Ni aunque el Papa mismo me hubiera dicho “ten cuidado”, no le hubiera hecho caso, porque el Papa, en mi escala de valores, estaba muy por debajo de Luis Fernando Figari.
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¿Crees que el miedo te llevó a creer todo lo que te decían al interior de la secta?
El miedo es el arma predilecta de una secta de control mental. Yo le tenía muchísimo miedo, primero de irme al infierno, porque me lo repetían a cada momento; y también le tenía mucho miedo al mundo, porque te dicen que el mundo es el peor lugar para ti. Ellos presentaban al mundo como una cárcel y el Sodalicio como un lugar de libertad.
Cuesta creer en esos niveles de manipulación mental ¿de verdad creías en el inferno, en esa imagen dantesca del fuego eterno?
Sí y te puedo decir que no existe nada más aterrador como un destino de sufrimiento absoluto y yo lo podía imaginar. Yo vivía aterrado, porque cualquier falta contra el espíritu sodálite o contra la pureza, yo pensaba que estaba pagando mi ticket para ir al infierno. Me cuesta recordarlo y hasta me da escalofríos hacerlo.
Finalmente, ¿qué hacer para evitar que más jóvenes caigan en manos de organizaciones de este tipo?
Yo les diría a los padres que se informen, que si ven que sus hijos quieren estar en una organización, busquen información sobre ellos, que conversen y averigüen quiénes están detrás y que experiencias hay.