Fotos: Alcides López
Fotos: Alcides López

Ahuaycha es uno de los distritos más populares de Huancavelica que celebra las festividades del año nuevo con especial sincretismo religioso, y donde la milenaria “Danza de las Tijeras”, recobra vida con el sonido del arpa y el violín para animar las competencias ancestrales o “Atipanacuy” que se extienden por varios días.

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El poblado asentado en la jurisdicción de la provincia de Tayacaja, se engalana y moviliza cuadrillas lideradas por los mejores “supaypa guagua” o hijos del diablo, quienes danzan con acrobacias y saltos sincronizados en agradecimiento a las divinidades andinas, y alternadamente con una orquesta típica veneran a la imagen del Niño Jesús Ticsus, el patrón del pueblo.

“El año nuevo es una de las celebraciones más importante que tiene Ahuaycha; el que asume el compromiso de organizar la fiesta tiene que tener fe y el apoyo de los familiares y de la población. La fiesta costumbrista es el resultado del trabajo en equipo y se prepara con diversas actividades recíprocas durante el año”, refiere la docente y mayordoma 2024, Olivia Pérez Almidón.

El distrito ubicado en el corazón del valle de Pampas Tayacaja que debe su nombre a la conjunción de los vocablos quechuas “ahuaha” y “huachana”, que significa “donde nacen los bebes”, extenderá las celebraciones hasta el 4 de enero para revalorar las costumbres autóctonas con la participación activa de sus habitantes que lucen sus mejores trajes para la ocasión.

La unión del arpa y el violín conforman la pareja instrumental perfecta que acompañan los rituales llenos de cánticos en quechua donde los mejores exponentes de la “Danza de las Tijeras”, a quienes se les atribuye poderes mágicos o sobrenaturales, expresan la cultura, el arte y la tradición que cautiva a propios y extraños, refiere la maestra natural de Ahuaycha.

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Un ritual de espiritualidad

Aunque es un misterio el origen de la “Danza de las Tijeras”, se sabe que durante la Colonia se mantuvo furtivo en los pueblos más recónditos de Huancavelica, Ayacucho y Apurímac, y durante lo últimos 200 años logró florecer hasta que en el 2010 fue reconocido como Patrimonio Cultural, Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

Durante el “Atipanacuy” que está previsto para el 3 de enero, los danzantes se someterán a pruebas exigentes que lindan con el peligro porque llegan a comer vidrio, caminan sobre brasas de fuego, se atraviesan agujas en la lengua, el rostro y la boca, e incluso llegan a pegar cargas espinas en sus cuerpos, explica Daniel Aquino, uno de los pobladores más longevos de Ahuaycha.

“La danza evalúa la destreza física, la calidad de los instrumentos y la experiencia de los artistas para determinar quién se alza como el ganador. Debido a que el compás y el tiempo de la música cambian constantemente, no puede haber dos pasos idénticos, y una interpretación específica de un danzante no puede ser repetida por el contrincante”, afirma el veterano.

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La indumentaria colorida y extravagante que utilizan los danzantes o galas llegan a pesar hasta 12 kilos, utilizan un sombrero adornado con llamativas borlas, plumas y cintas, pantalones anchos y chaquetas ajustadas bordados con aplicaciones metálicas, flecos y lentejuelas dorados y plateados.

En sus trajes suelen bordar sus nombres espirituales y elementos de la naturaleza. Los nombres especiales de los danzantes son una parte esencial de su identidad y a menudo se encuentran bordados en sus atuendos. Estos enormes sombreros, decorados con intrincados detalles, ocultan la mitad superior de sus rostros a los espectadores, aportando un toque de misticismo a la danza ritual.