De la plaza al basural
De la plaza al basural

Todos sabíamos -aunque en ese entonces algunos hayan preferido mirar al cielo y silbar- que la ejecución de la obra de mejoramiento de los pisos de la Plaza de Armas de Trujillo era una apuesta riesgosa, por el apuro y por lo impopular que resultaba. Si bien el proyecto lo heredó la gestión de Elidio Espinoza de su predecesor César Acuña, y su presupuesto por ende estaba ya comprometido, parecía inoportuno empujarlo contra viento y marea so pretexto de la feria del libro y de la visita del Papa Francisco, cuando los estragos de El Niño Costero aún se sentían.

Al final, la obra demoró más de lo que se estimó inicialmente y todas las dudas afloraron, pues no estuvo lista para la feria del libro y fue entregada casi paralelamente al arribo del Papa Francisco. Con todos estos pormenores previos, solo una cosa podía salvar a la administración de Elidio Espinoza del descontento popular: que la obra sea prácticamente perfecta, un bruñido reflejo de arte mayor.

No había que ser un genio. El alcalde de Trujillo había jugado todas las cartas y tenía las de perder, más aún con los antecedentes nada santos ni eficientes de la empresa ejecutora del proyecto.

Pero hubo que atender otro “incendio”, uno que tiene también un tiempo ya en el panorama. La llamada tercerización del servicio de recojo de basura del Segat, piedra de toque de la gestión de Elidio Espinoza y de los líos que han marcado su periodo municipal. La terquedad del alcalde ha sido puesta de manifiesto más de una vez, pero quizás no con tanto ahínco como en este tema. Es como si la tercerización fuese para él un asunto de Estado, un asunto de vida o muerte, el interés mayor de sus intereses subalternos. Y por eso hay tanta sospecha en medio de la basura que infesta hoy la ciudad.

Elidio Espinoza acusa a los trabajadores del Segat de hacer política y de conspirar contra su gestión. Es cierto que el apepismo puede tener aún algún grado de poder entre los servidores del Segat, pero lo cierto es que Elidio Espinoza no ha tenido la habilidad política para afrontar eso. En realidad, el alcalde parece estar incapacitado para el diálogo, piensa que echando la culpa al otro se librará de la suya. El problema es que la gente no mira al trabajador del Segat ni al obrero que remodeló los pisos de la plaza de armas. La gente lo mira a él. Y lo mira mal, muy mal.

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