La dulce “venganza” de Daniel Salaverry
La dulce “venganza” de Daniel Salaverry

Daniel Salaverry se había quedado mudo. Mediáticamente hablando. Públicamente hablando. Era octubre de 2014 y el ego del prometedor político que se había arropado con la camiseta naranja de Fuerza Popular se había derretido por las pobres cifras que obtuvo en las elecciones. Cuarto lugar, menos de 10 por ciento de los votos. Por delante de él habían quedado su excompañero aprista Luis Carlos Santa María, el apepista Manuel Llempén y, por supuesto, el electo alcalde , el policía en retiro a quien Salaverry había minimizado en la campaña.

Herido en su orgullo, minimizado por los resultados, molesto por las circunstancias, se desahogó ante las personas que lo acompañaban en esos momentos:

-Keiko, al final, no me sumó -dijo.

NUEVO RENACER. Pero quiso la historia darle una nueva oportunidad, cuando él mismo pensaba ya en colgar el traje gris de la política. (Porque, claro, hoy deben ser pocos los que recuerdan que Daniel Salaverry había tirado la toalla en un inicio: lo suyo era el sector privado) Y así fue como llegó la posibilidad de ser candidato al Congreso por Fuerza Popular, aupado al nombre de Keiko Fujimori, la favorita en las encuestas de las elecciones presidenciales.

Con menor expectativa, sin el temple pretencioso de su candidatura a la alcaldía de Trujillo, Salaverry logró un resultado más que importante y terminó entre los congresistas más votados, junto al populachero Elías Rodríguez -excompañero suyo- y al heredero del trono apepista, Richard Acuña. Había renacido con la naranja mecánica. Formaba parte de la mayoría abrumadora fujimorista en el Congreso. Y no solo eso: ahora hasta era parte del selecto grupo de choque del fujimorismo, podía codearse con su esgrima naranja al lado de los Galarreta y los Becerril.

Daniel Salaverry podía volver a pavonearse.

TENSA CITA. Y en el Congreso de la República lo ha hecho precisamente el martes 6, en la Comisión de Transportes y Comunicaciones. Allí recibió al alcalde de Trujillo, Elidio Espinoza, aquel que le arrebató su sueño dorado hace más de dos años y medio, el que le ganó de forma estrepitosa en las elecciones pese a tener menos capacidades para gobernar que él (porque eso es lo que Salaverry siempre ha pensado). El caso: el recaudo electrónico para el transporte, la concesión a favor de una empresa creada por el Grupo Graña y Montero, el exsocio de Odebrecht. Salaverry fue todo, menos protocolar y piadoso y tibio. Sacó la esgrima, agarró papeles, movió las manos, puso los dedos en fila y apelmazó como si fuera a golpear la mesa con las dos manos en ristre.

Elidio Espinoza lo miraba, consciente de que le hablaba desde más arriba, desde más arriba incluso de lo que sugiere la altura física -casi metro noventa- del congresista liberteño. Elidio, al fin y al cabo, era un alcalde que iba para comparecer ante el parlamentario fiscalizador y que se sometía a su mecanismo de control. ¿Por qué había firmado el contrato y luego fue otra persona quien firmó la ampliación?, ¿por qué saca cuerpo si no se trata de nada ilegal?, ¿confía usted en la empresa Graña y Montero? Preguntas inquisidoras que ponían al alcalde de Trujillo contra las cuerdas, arrinconado por el hombre a quien venció en las pasadas elecciones.

REZAGOS. Al final de la sesión, la calma aparente. El mismo Daniel Salaverry le informó a este diario, a través del teléfono, que habían pedido, en el acto, la intervención de la Contraloría General de la República y del mismo Parlamento en el caso del recaudo eletrónico.

Al otro día el alcalde de Trujillo intentaría minimizar el encuentro. Ante la prensa diría que el presidente de la Comisión de Transportes lo trató muy bien, que agradecía la invitación hecha por el Congreso y que solo un parlamentario -ya sabemos quién- se oponía a la renovación del transporte público de la ciudad.

Sin embargo, en Lima, en el Hall de los Pasos Perdidos, alguien de casi metro noventa sonreía y sacaba pecho luego de la cita concretada.