Hay una combinación de humor, cierta filosofía de la vida y verdades empíricamente innegables.
Hay una combinación de humor, cierta filosofía de la vida y verdades empíricamente innegables.

Por Roberto Jáuregui

Fue al final del otoño en Texas cuando, finalmente, pude leer el libro «El Barrendero del Templo de la Poesía» de David Novoa. Lo leí de un tirón. Primero sentado; luego de pie entre risas y silencios reflexivos; finalmente, dando zancadas me trasladé del dormitorio al comedor, del comedor a la cocina, a la sala, a , que comencé a ver como a una «loca calata», a la plaza con su monumento castrado de nacimiento y a los primaverales huecos de nuestras avenidas. Esa combinación de humor, cierta filosofía de la vida y verdades empíricamente innegables me recordaron a Bukowski, pensé que tal vez David es un Bukowski trujillano o que tal vez Bukowski es un Novoa alemán.

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Toda la vida he sostenido—y sostengo—que hay una distinción entre obra y autor. Como diría Pessoa: «el poeta es un fingidor». La obra es una mentira aunque diga verdades porque niega al creador, se desprende de él, lo ignora. Citaré a Silvio Rodríguez: «Me he dado cuenta de que miento, siempre he mentido».

David Novoa niega esta creencia. Él quiere ser su obra y su obra quiere ser él. En el Señor de los Anillos, Saurón ha vertido en un anillo su malicia y su deseo de poder, hizo «un anillo para dominarlos a todos». En su libro, nuestro poeta, ha querido verter su deseo de libertad, de llamar la atención (y qué artista no quiere llamar la atención), su búsqueda de sentido que es también la búsqueda de todos. Entre versos que el mismo autor elogia diciendo que son «la cagada», David ha escrito un libro para liberarlos a todos.