“El libro que usted sostiene ahora entre sus manos es una novela. Por tanto, los retazos de realidad que pueda identificar en sus páginas son solo eso (…)”. Con esta “advertencia”, Omar Aliaga (destacado periodista y escritor trujillano) nos abre las puertas de su primera novela y, al mismo tiempo, nos impele a ir tras las historias que borbotean en LOS HOMBRES QUE MATARON LA PRIMAVERA.
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Sórdidos escenarios
Acto seguido, al voltear la página, nos enfrenta con “El loco del arenal” y con un escenario torvo y sombrío: “El auto policial es un refugio perfecto bajo el sol dominguero de esta tarde, un rincón privilegiado para esperar el momento preciso, la señal para avanzar hacia el objetivo trazado.”
Este es el escenario perfecto, premonitorio de pesadillas y de hechos luctuosos. Sin embargo, es al mismo tiempo un contexto que frena el antejuicio y nos devuelve la mirada con la fuerza de un ventarrón: “A ambos lados, las casas se suceden sin contrastes, parecen incoloras con sus paredes deslucidas; las pistas hechas de tierra y rasgos de asfalto; las aceras son raquíticas y trozadas como si un gigante hubiese pisado sobre ellas con pies de acero.”
Siguiendo la senda de los más consagrados escritores, la novela de Omar Aliaga inicia con una descripción subyugante y sobrecogedora. Es un inicio tenso e intenso: el comandante Alipio Hernández y dos policías asesinan al Loco Jhon, su cómplice y socio.
Brutales acontecimientos
Siguen a este inicio un conjunto de historias que traducen el acecho/asecho al que está sometido quien vive dentro y fuera de la ley, en la vida pública y en la vida privada. A lo largo de las trescientas setenta y cinco páginas que conforman la novela, las míseras y crueles condiciones socioeconómicas marcan la vida de los protagonistas y arrastran al lector en un vértigo de emociones, sensaciones y descubrimientos.
Pero no solo son los brutales acontecimientos los que sobrecogen al lector. Los perfiles psicológicos y comportamentales de los personajes (políticos de alto nivel como Alan García y su ministro del Interior; altos mandos de la policía; cabecillas de bandas delincuenciales; etc.) nos introducen en mundos sórdidos cubiertos por las apariencias de la vida social y política en nuestro país.
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Omar Aliaga recurre especialmente a la técnica del flashback para revelarnos de manera dosificada cada uno de los acontecimientos. Estos “flashes” son como disparos que acaban ilegalmente con la vida de prontuariados delincuentes, pero al mismo tiempo constituyen imágenes que nos seducen y nos mantienen atrapados en la novela.
Ejercicio lingüístico
La polifonía (distintas voces dando forma a las historias y, especialmente, encadenando los acontecimientos desde múltiples testimonios y perspectivas), los monólogos y los diálogos constituyen también recursos valiosísimos en la novela. Gracias a estos, los lectores terminamos convertidos en testigos excepcionales de los más sórdidos e íntimos acontecimientos.
Por otra parte, gracias al uso del lenguaje directo, desenfadado, sin cuidados ni requiebros (pero con la precisión y la pertinencia que exige la circunstancia) la novela logra una verosimilitud envidiable. Los registros verbales, por ejemplo (especialmente los giros), permiten identificar inmediatamente al personaje, sin referencias explícitas y/o contextualizar el uso de la jerga juvenil o delincuencial.
Tomando las palabras de Umberto Eco, diré que todos estos recursos se integran en “Los hombres que mataron la primavera” y Omar Aliaga cumple la tarea de enseñarnos la cruda realidad delincuencial de Trujillo y del país, deleitándonos con el lenguaje y “enseñándonos a reconocer las insidias del mundo”.
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Una nueva primavera
No obstante, en medio de estos mundos sórdidos, polifónicos y trepidantes, emergen las figuras de dos jóvenes periodistas, Mauricio (corresponsal de El Comercio) y Candy (reportera de Satélite). Ellos, sin constituirse en los héroes de la novela, simbolizan la posibilidad de seguir soñando en recuperar la primavera, para Trujillo y para el país.
Quizá ella más que él ha logrado superarse a sí misma y el “Todo me llega a la punta de la teta” es más que una simple expresión juvenil femenina. En “Los hombres que mataron la primavera” expresa la urgencia de abstraerse de la sordidez. Simboliza una luz de esperanza en el juicio (observar, registrar, analizar, cuestionar), la autonomía frente al otro (padres, compañeros, pareja sentimental), la legalidad y el buen ejercicio profesional.
Como ya lo dijo Mario Vargas Llosa, “toda novela es un testimonio cifrado”. Queda en los lectores la tarea de descifrar este testimonio de voces múltiples. Queda, además, el reto de seguir cultivando la literatura pues, “las cosas son más complicadas de lo que uno cree”.
Y así como en la primera década del presente siglo hubo hombres que mataron la primavera, Omar Aliaga -con esta novela- da un paso y apuesta firmemente por el resurgimiento de una nueva primavera para la literatura en nuestra región. ¡Bienvenida su lectura!