ANATOMÍA DE LA ESPERA es un vital y hondo poemario. A través de sus versos, Pável Jáuregui nos embiste en el dolor de la consciencia y, al mismo tiempo, nos devuelve a la luz de la existencia.
ANATOMÍA DE LA ESPERA es un vital y hondo poemario. A través de sus versos, Pável Jáuregui nos embiste en el dolor de la consciencia y, al mismo tiempo, nos devuelve a la luz de la existencia.

En medio de un contexto de efervescencia poética (¡Trilce cumple cien años!), la publicación de ANATOMÍA DE LA ESPERA, segundo poemario de Roberto Pável Jáuregui, nos impele a mirarnos hondamente y nos abraza en un camino de metáforas, imágenes y ritmos.

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En palabras del maestro Alberto Alarcón, en este libro, “la poesía de Jáuregui (…) marcha hacia adentro, hacia lo más hondo de ella misma, para explorar aquellos seres fantasmales y misteriosos como el amor, la nostalgia, el olvido, la fugacidad de la vida o a la propia naturaleza, representada por el mar, la luna y el universo en general”.

ANATOMÍA DE LA ESPERA es un vital y hondo poemario. A través de cada uno de los poemas que componen las seis secciones del libro, Pável Jáuregui nos embiste en el dolor de la consciencia y, al mismo tiempo, nos devuelve a la luz de la existencia, al compás de la cadencia y la musicalidad de sus versos.

En la sección I. Poemas de las cosas que se pierden, el sujeto lírico expresa esa búsqueda constante de nuestra esencia: “Siddharta dejó la disfrazada soledad / de la mesa de su padre, / y se buscó en la soledad del bosque / y de la serena existencia del asceta; abandonó el ayuno vacuo y la magia / para buscarse en el fuego refinado de una mujer”.

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Asimismo, expresa la compleja naturaleza del amor: “es como una caverna hambrienta / que nos traga vivos / o como una tarde en llamas / que nos duele océano / y violeta”. Y, al mismo tiempo, nos acuchilla delicadamente con las huellas del tiempo, el olvido y la extinción: “Azul era el mar / y la tarde es ahora / solo un puñado de adioses / y de sangre.”

Haciendo uso de la conceptualización, de la antítesis, de la metáfora y del símil, Pável Jáuregui nos encauza y devuelve por el tránsito de la vida: “Sucede que es la vida un barco / hecho de muerte y cantos / oscuros, / de mares / sin estrellas / y telares inconclusos.” Pero también nos acuna y nos esperanza con sus cantos: “Yo era un hombre perdido, / no sabía de quién eran mis pasos, / no sabía de quién era mi nombre, / caminaba simplemente / persiguiendo las mañanas.”

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En la sección II. Tratado de la ignorancia, el yo poético se confunde en el caos existencial generado por la inconsciencia y la ignorancia, en medio de juegos verbales y de justificaciones absurdas: “Entonces, / un silogismo: / si vosotros ignoráis / y ellos ignoran, / luego, todos ignoramos / y somos ignorados / sin resentimientos.”

“Los transeúntes fuman / y se pasan los semáforos / del mismo modo en que la noche / pasado ha sobre mí / y sobre el resto, / sin dejar pan para mañana.”

En la sección III. Alar y la cretense, los versos traducen las imborrables huellas del tiempo: “La luz gris del invierno / se marchaba, sin sorpresas; / todos saben que el tiempo / está hecho de finales y memoria.” Pero también, la deshumanización de la vida en la ciudad: “Esa eternidad implacable / en que nos disuelve la ciudad / y sus rituales: un café de paso, / una risa idiota, / y un ladrón que corre, / sin alma.” Y, en medio de esa deshumanización, “Las calles, casi despobladas, / acogen solamente a los tristes”.

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No obstante, como bien apunta el maestro Alberto Alarcón, “a esta dolorosa ceguera existencial, Jáuregui opone la luz que ofrece el amor de la mujer amada”: “- Déjame morir esta noche / en la cálida patria de tus pechos, / me alcanzará la sombra / cuando la mañana venga.”

Esta “luz que ofrece el amor” se hace expresa con mayor notoriedad en las secciones IV. Canción del caminante y V. Cantos de la noche y la luna llena. Ante la desorientación y el desasosiego, solo queda recurrir al ser amado: “Escucha, amor mío, / el mar habla misterios / y nadie sabe el color de las lunas / de las noches que vendrán.”

Solo ella puede rescatarnos de ese estado de perdición: “deja que tu luz / me guíe a través de la lluvia / hasta la cálida paz / de tu tierra desnuda.” Solo ella puede guiarnos hacia la luz: “Amada, tú abrigas el espacio, / el signo y la madera; y das forma al camino / que me lleva hasta tus mares; / y en la helada noche en que / podría yo perderme, / sigo la senda que señalan/ las estrellas que tú haces / con el fuego vivo / de tus dedos.”

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Finalmente, la sección VI. Anatomía de la espera es un canto a la vida, pero con la plena consciencia de su irracionalidad y de su negrura que nos envuelve día a día: “Espero entre dos soles, / en el canal formado / por los extremos del tiempo; / una fría noche / donde negros árboles / se alimentan con mi sombra, / donde no es posible viento / ni norte / ni aquella estrella / que anunciaba la infancia / de las cosas…”.

Parafraseando a la gran poeta argentina Alejandra Pizarnik, diré que en la poesía de Pável Jáuregui “aún sopla la optimista esperanza de hallar el puente transitable entre los límites y el infinito”. Pável nos ha dejado en “Anatomía de la espera” los vitales pensamientos de su corazón. Por ello, como muy bien nos sugiere el poeta César Olivares Acate (Premio Copé 2021), leámoslo con detenimiento y pasión, para “no ser muertos por la prisa”.

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