Sala de emergencias
Sala de emergencias

No fueron cuatro los hombres que llegaron armados aquella madrugada. No golpearon al vigilante, tampoco intentaron quitarle su arma al policía de guardia. No llegaron heridos, no producto de una balacera en .

No amenazaron al personal médico, no les ordenaron que curaran sus heridas apuntándoles directo a la cara. El pulso de los auxiliares no falló, no era la primera vez que les tocaba vivir algo así.

Los cuatro sujetos no fueron atendidos mucho antes que los demás pacientes con heridas y males igual de urgentes, los mismos que quedaron pasmados ante la irrupción de los delincuentes.

Ella no alcanzó a esconderse tras una camilla en el momento exacto en el que empezaron los gritos. No tuvo la oportunidad de marcar, muy sigilosamente, el uno, el cero y el cinco en su celular. La vida no se le fue rogando que alguien, por amor a Dios, le contestara. La voz del otro lado no le sugirió que lo mejor sería llamar a la comisaría que le quedara más cercana, la que correspondía a su "jurisdicción". La voz no pareció entender lo que estaba pasando. No entendió lo que era estar secuestrado en un hospital a las tres de la mañana. Ella no se atrevió a tentar por segunda vez su suerte: no llamó a la comisaría sugerida. Después de oír su drama susurrado, no le prometieron hacerse cargo. Nadie llegó a auxiliarlos.

No los tuvieron cautivos por casi veinticinco minutos. No guardaron el más absoluto silencio, y una vez que se fueron, no quedaron muertos de miedo.

Nada de esto salió en los diarios, porque esto nunca sucedió. Porque, ¿quién podría vivir en una ciudad donde suceden este tipo de cosas, donde suceden sin que nadie más que las víctimas lo sepan? El infierno se desata y no se toma por una emergencia.

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