Antígona de Sófocles ha merecido a través de los años un sinnúmero de lecturas que van desde lo histórico literario y transitan por lo filosófico jurídico. En cuanto a su escenificación teatral, esta tragedia ha sido representada desde distintas posibilidades posmodernas y son muchas las versiones performativas en las que Antígona se vuelve contemporánea. Alejada de los clásicos vestuarios y escenografías que nos remiten al ágora griego, la Antígona de Sófocles que nos ofrece Ray Álvarez en su versión libre nos permite reflexionar sobre cómo la cultura griega se resignifica en los espacios más cotidianos y convencionales que habitamos en el Perú de hoy. La tragedia de Sófocles que Ray Álvarez muestra en El Grito hace que nosotros los espectadores seamos partícipes de una tragedia que al inicio pensamos verla desde lo lejos (desde lo que vive el otro); pero al final la vemos tan cerca que la desdicha de los personajes se parece un poco a la nuestra.
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La tragedia de Antígona
Antígona, obra cumbre de la tragedia griega, muestra la lucha por el poder entre Polínice y Etéocles, dos hermanos hijos de Edipo que solo tienen un objetivo: ser el soberano de Tebas. Este conflicto termina con la fatal muerte de ambos. A partir de esto, Creonte –tío de los difuntos- asume el poder y da honras fúnebres a Etéocles, mas no a Polínice; el gobernante sentencia que este último no merece ser honrado en sus exequias por su actitud desleal. A partir de esto, Antígona (la protagonista) vivirá un conflicto moral pues debe decidir entre obedecer al rey (sin importarle que el cuerpo de su hermano Polínice sea deshonrado), o desobedecerlo, dando los ritos fúnebres al desaparecido hermano. Al parecer la visión fatalista griega no ha terminado con la muerte del desdichado de Edipo, sino que su descendencia debe afrontar el trágico destino de una dinastía marcada por el determinismo.
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Antígona en El Grito
Durante los meses de marzo y abril, El Grito teatro ha puesto en escena una de las obras clásicas más importantes de la dramaturgia griega. A través de los años, Antígona ha simbolizado la lucha, la rebeldía y el no conformismo ante los designios superiores. Estos últimos elementos se evidencian claramente en la versión que nos ofrece Ray Álvarez, lo cual me parece significativo, pues la obra no pierde la esencia que la ha hecho transcender a través de los años. Ahora bien, pienso que la propuesta del director funciona en la medida en que, respetando la fuerza expresiva de los diálogos y la trama principal del drama, se incorporan elementos contemporáneos que nos sitúan en un escenario posmoderno. Otro elemento para resaltar en esta propuesta tiene que ver con las interpretaciones y las propuestas performativas bien ejecutadas por los actores. Esta representación cuenta con la participación de actores que, desde su experiencia, hacen un esfuerzo para comprometerse con su personaje y ser más que el profesional responsable que se aprende la letra para cumplir bien su trabajo. En varios momentos noté el mimetismo actor/personaje, sobre todo, cuando Antígona se enfrenta al poder del descarnado rey Creonte. Hubo una actuación significativa por parte de todo el elenco actoral, sobre todo, quienes representaron a Antígona y Tiresias; con ellos recordé la afirmación de Gassman: “El actor es una caja vacía que se llena cuando interpreta a un personaje y se vacía cuando el trabajo termina; cuanto más vacía esté, es mejor”.
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El ideal humanista de Antígona
Antígona es valiente y perseverante pues, ante un sistema opresor que no le preocupa el bienestar de los demás, es lo único que le queda para hacer prevalecer sus ideales. En este sentido, la lucha contra ese tipo de sistemas se va a convertir en el único medio en que Antígona pueda, no solo enterrar a su hermano; sino, sobre todo, alcanzar sus más nobles ideales. La propuesta que los espectadores podemos apreciar en El Grito se apropia muy bien de estas circunstancias y las humaniza; no necesariamente vemos a una mártir con superpoderes que se enfrenta mágicamente al poder, por el contrario, observamos a una joven llena de miedos e incertidumbres que, en medio del dolor, la vergüenza y el llanto busca los medios posibles de no desfallecer en su intento por honrar la muerte de su hermano. Una joven que luego de renunciar a su terrenalidad, acepta su destino. Al final de la obra, Creonte se arrepiente, pero ya es demasiado tarde; solo le queda recibir los gritos acusadores del pueblo y de su propia conciencia. Los espectadores hemos estado tan cerca a los acontecimientos que los reclamos y los insultos sufridos por el desdichado rey también son los nuestros.